domingo, 20 de noviembre de 2016

Efecto coste sumergido. El ejemplo de la UNED

Los costes sumergidos (sunk cost) se definen como aquella inversión que realiza una empresa para entrar en un determinado mercado y que es irrecuperable. Este es un concepto muy amplio, pero que puede asimilarse en gran medida con lo que a corto plazo denominamos Costes Fijos. Así por ejemplo, para un bar que pone terraza en verano el coste sumergido sería la licencia que paga al ayuntamiento y que es independiente de la climatología.
Para la Economía ortodoxa los costes sumergidos no son ningún problema. De hecho, el Mínimo de Explotación se define como aquél punto en que a la empresa le da igual producir que no hacerlo, ya que tan solo cubre los costes variables, perdiendo los costes fijos. Volvamos a nuestro ejemplo de la terraza y supongamos que al coste de la licencia le sumamos el de los camareros que la atienden y que pueden ser contratados por horas (coste variable): lo que dice la Teoría Económica ortodoxa es que si los ingresos solo nos llegan para pagar a los camareros pero no para pagar la licencia entonces nos da igual poner la terraza que no, ya que en ambos casos perderemos ese pago al ayuntamiento; obviamente, si los ingresos son inferiores a los del Mínimo de Explotación entonces es preferible no poner la terraza. Perfectamente racional.
Pero ¿es esto lo que se produce en la realidad? La Economía del Comportamiento nos descubre que no es el caso. Dado que no somos tan racionales como nos creemos, muchas veces insistimos en mantener nuestra terraza abierta, aunque no cubramos ni la licencia ni parte de los salarios de los camareros. El motivo es muy sencillo: ya hemos invertido en la licencia y hay que aprovecharla.
Y ahora viene el ejemplo al que hago referencia en el título. La UNED fue creada hace más de 40 años en un mundo que en nada se parecía al actual. No existían ordenadores, ni programas de gestión -por ponerles dos ejemplos mi tesis, presentada a mediados de los ochenta, estaba ¡escrita con máquina de escribir! Y la de mi hermana utilizaba ¡fichas perforadas!- Y la comunicación profesor/alumno se realizaba vía teléfono o por correo postal. Las plantillas fueron dimensionadas de acuerdo a ese mundo analógico: el personal administrativo (PAS) era muy elevado dadas las múltiples gestiones que había que realizar manualmente; mientras que el profesorado era relativamente menor, ya que la iteración con los alumnos era escasa. Así, mientras que la relación entre profesores y PAS en otras universidades es de 9 a 1, en la UNED es de 1 a 1.
Pero llegó la revolución de las TICs y todo cambió. Los ordenadores y los programas informáticos permitieron que muchas de esas gestiones administrativas se estandarizaran, reduciendo de manera muy significativa el número de personas necesarias para realizarlas; por el contrario, la relación profesor/alumno creció, primero con el correo electrónico y luego con los foros.
¿Se ajustaron las plantillas al nuevo mundo digital como demandaría la más pura ortodoxia económica? La respuesta claramente es no. Los costes sumergidos asociados al PAS no solo no se han reducido, sino que no han permitido el aumento de la plantilla de profesorado necesaria. Eso es lo que constata año tras año la Inspección General de la Administración del Estado (IGAE), que en sus informes deja claro que la UNED supera el límite presupuestario de gasto en personal de administración en cerca de 5 millones de euros anuales. Se pueden imaginar de dónde salen.
La otra gran irracionalidad económica de la UNED ligada a los costes sumergidos está en su plataforma tecnológica para la relación profesor/alumno -Alf-. Esta es una plataforma obsoleta, nada intuitiva y con una imagen muy antigua frente a otras como Moodle o Blackboard mucho más modernas y fáciles de manejar. Y sin embargo, año tras año en lugar de adoptar cualquiera de las mencionadas se siguen enterrando miles de euros en una plataforma que no dejará ni de estar obsoleta, ni mejorará su imagen ni se volverá, por arte de magia, en más intuitiva. Puro efecto costes sumergidos en una universidad con una Facultad de Económicas y cuyo penúltimo Rector -durante ocho años- dice ser economista.
Y es que el efecto costes sumergidos es muy poderoso. Afecta a grandes empresas -el avión Concorde del grupo franco-británico es un clásico sobre cómo insistir en invertir en un proyecto que ya se sabía que no iba a ser rentable-; a países -en la Guerra de Vietnam EE.UU. siguió perdiendo hombres y dinero aun después de saber que nunca la ganaría- e incluso a algunos de nosotros en nuestra vida diaria -hay mucha gente que se obceca en un matrimonio acabado pero en el que ha invertido mucho tiempo y amor como para dejarlo ir-.
© José L. Calvo, 2016

miércoles, 9 de noviembre de 2016

D. Trump President. El fin de la Escuela de Chicago

Contra todo pronóstico -los analistas de los mercados deberían dedicarse a otra cosa: descontaron ayer la victoria de Clinton como hace unos meses la derrota del Brexit- Donald Trump ha vencido en las elecciones presidenciales estadounidenses. Hay muchas razones para explicar esta victoria, pero me gustaría concentrarme en dos factores: el papel que han jugado los profesionales de la academia económica y el futuro que esta elección supone para esta. Los argumentos que desarrollaré a continuación son muy sencillos: por un lado, los más ortodoxos de la Teoría Económica, la famosa Escuela de Chicago, han basado sus análisis económicos en dos errores que, a pesar de la crisis, no han sabido resolver: la racionalidad y la ingeniería macroeconómica. El Brexit y la elección de Trump les han dado una patada a ambos. Esto supone la segunda conclusión: la Teoría Económica, tanto la Micro como la Macroeconomía, van a sufrir una auténtica revolución que derribará los pilares en los que se han asentado durante el último siglo.  
Como señalaba en el párrafo anterior, dos ideas han sido básicas en el desarrollo de la Teoría Económica durante el siglo XX y comienzos del XXI: desde una perspectiva Microeconómica el individuo es racional, es decir, toma sus decisiones solamente teniendo en cuenta su utilidad, sin considerar otros factores emocionales, psicológicos, sociales…; desde el punto de vista de la Macroeconomía, la economía puede aproximarse a través de un modelo matemático/ingenieril más o menos complejo, de forma que cuando “algo se tuerce” solo es preciso tocar la tecla correspondiente -realizar el ajuste de fine tuning- para que vuelva a su equilibrio. Modelos como la Teoría de la Eficiencia de los Mercados están en esa línea. Y las políticas de austeridad aplicadas en la UE son un excelente ejemplo de esas reglas matemático/ingenieriles que guían la política económica.  
Pero si algo ha demostrado la elección de Trump, lo mismo que el Brexit e incluso el referéndum de Colombia es que la economía está llena de personas. Lo que no entienden los economistas ortodoxos es algo que cualquier economista del comportamiento puede explicar. Los electores estadounidenses, como los británicos, no han votado racionalmente sino con las tripas, han hecho valer su venganza contra una clase política y académica absolutamente distanciada de su realidad. El americano blanco del medio oeste, lo mismo que el británico de mediana edad y bajo nivel cultural que vive en una ciudad deprimida por la desindustrialización no ha visto las ventajas del libre comercio, del crecimiento económico, de la liberalización de los mercados, de los instrumentos financieros que distribuyen el riesgo o la necesidad de preservar el medio ambiente para las generaciones futuras. Lo que han visto es que ha perdido su empleo, que su nivel de vida se ha reducido y que el futuro de sus hijos es mucho peor que el pasado histórico de su país -la gran América o el Imperio Británico-. Y han respondido a la oferta populista, seguramente irreal de que aquellos días de bonanza podrían volver. Porque lo que perciben como seguro es que Hillary Clinton lo mismo que la pertenencia del Reino Unido a la UE era más de lo mismo. Los votantes americanos y británicos son fácilmente reconocidos en la frase de Marat.

De la caducidad de los modelos macroeconómicos es casi innecesario hablar. Existe toda una corriente que deja claro que los modelos matemáticos/ingenieriles previos no sirven para explicar el mundo real y, sobre todo, no han servido ni para predecir la actual crisis ni para resolverla. Dos fantásticos ejemplos son el artículo de Paul Romer The Trouble with Macroeconomics y el de David Colander et al The Financial Crisis and the Systematic Failure of Academic Economics .
Por estos dos motivos, por la irracionalidad redescubierta y por la inefectividad de los modelos macroeconómicos creo, como muchos otros, que la Teoría Económica debe “reiniciarse”. Porque los supuestos sobre los que se ha basado en el último siglo ya no son efectivos. Ahí hay un reto ingente pero muy ilusionante. Quienes sean capaces de definir los nuevos paradigmas de la Economía serán los que dirijan la sociedad del siglo XXI y orienten su camino en una u otra dirección.
Y por eso mismo tampoco tengo ningún temor a la vuelta del Reganomics o el Thatcherismo. Trump es un ortodoxo, pero no es tonto. Seguramente introducirá algunos componentes neoliberales como la reducción de impuestos, pero los acompañará de subsidios y medidas proteccionistas, antimercados, que permitan la subsistencia y mejora de la clase media rural americana, su electorado. Si alguien piensa que D. Trump va a dar de nuevo alas a la Escuela de Chicago está muy equivocado.
© José L. Calvo, 2016