Una de las primeras medidas que ha adoptado el nuevo gobierno popular ha sido la subida del IRPF. No vamos a entrar a discutir la contradicción que supone afirmar en campaña que no se subirían los impuestos y se hace en la primera reunión del consejo de ministros, ya que sabemos que la misión de los programas electorales es mentir para obtener el poder y hacer luego lo contrario de lo prometido. Lo sorprendente es que esta medida es, en principio, más progresista que las subidas del IVA adoptadas por el PSOE. La matización es, sin embargo, muy importante.
Podemos dividir los impuestos en aquellos que se recargan sobre los ingresos (directos) y los que lo hacen sobre el gasto (indirectos). Los primeros son más progresivos, ya que actúan bajo el principio de que quién más tiene más paga, imponiendo tipos progresivos a medida que se va incrementando la renta. Por el contrario, los impuestos que gravan el gasto son regresivos, ya que afectan más a las personas con menores rentas, cuya relación gasto/ingreso es mayor.
Pero ahora vienen las matizaciones. La subida del IRPF habría sido progresista si hubiese afectado a todas las rentas. Pero el PP se ha guardado muy bien de no subir los impuestos a las rentas del capital, que siguen cotizando como antes. Ni una mención a un impuesto sobre las grandes fortunas, ni muchos menos a las SICAV –que siguen cotizando al 1%-. Es decir, que la subida la pagaremos los de siempre: la clase media que obtiene los ingresos de su trabajo. Los ricos, como era de esperar con un gobierno del PP, seguirán siendo cada vez más ricos y sus impuestos no actuarán solidariamente con los del resto.
Y en cuanto a los impuestos indirectos tipo IVA, todo depende de qué productos los sufran. Si subimos el IVA de los productos básicos –alimentación, vestido…- entonces sí son regresivos; si por el contrario se subiesen los de los bienes de lujo –coches de alta gama, casas a partir de una determinada cuantía…- tendrían un componente más progresista.
Un último comentario. Existe en nuestro país un bien que reúne las características soñadas por todos los economistas para obtener ingresos a partir de su imposición, ya que su demanda es prácticamente inelástica al precio. Nos referimos a la gasolina/gasoil. Su precio tiene un recorrido que puede situarlo en los 1,5/1,7 euros por litro sin que la gente esté dispuesta a dejar el coche en casa (sin alterar la demanda, que diríamos los economistas). Y el argumento de que esto afectaría a otros costes no se sostiene, ya que se podría emplear, por ejemplo, la diferenciación por color como la del gasóleo agrícola. Simplemente es que es, en dos palabras, im-popular.
Podemos dividir los impuestos en aquellos que se recargan sobre los ingresos (directos) y los que lo hacen sobre el gasto (indirectos). Los primeros son más progresivos, ya que actúan bajo el principio de que quién más tiene más paga, imponiendo tipos progresivos a medida que se va incrementando la renta. Por el contrario, los impuestos que gravan el gasto son regresivos, ya que afectan más a las personas con menores rentas, cuya relación gasto/ingreso es mayor.
Pero ahora vienen las matizaciones. La subida del IRPF habría sido progresista si hubiese afectado a todas las rentas. Pero el PP se ha guardado muy bien de no subir los impuestos a las rentas del capital, que siguen cotizando como antes. Ni una mención a un impuesto sobre las grandes fortunas, ni muchos menos a las SICAV –que siguen cotizando al 1%-. Es decir, que la subida la pagaremos los de siempre: la clase media que obtiene los ingresos de su trabajo. Los ricos, como era de esperar con un gobierno del PP, seguirán siendo cada vez más ricos y sus impuestos no actuarán solidariamente con los del resto.
Y en cuanto a los impuestos indirectos tipo IVA, todo depende de qué productos los sufran. Si subimos el IVA de los productos básicos –alimentación, vestido…- entonces sí son regresivos; si por el contrario se subiesen los de los bienes de lujo –coches de alta gama, casas a partir de una determinada cuantía…- tendrían un componente más progresista.
Un último comentario. Existe en nuestro país un bien que reúne las características soñadas por todos los economistas para obtener ingresos a partir de su imposición, ya que su demanda es prácticamente inelástica al precio. Nos referimos a la gasolina/gasoil. Su precio tiene un recorrido que puede situarlo en los 1,5/1,7 euros por litro sin que la gente esté dispuesta a dejar el coche en casa (sin alterar la demanda, que diríamos los economistas). Y el argumento de que esto afectaría a otros costes no se sostiene, ya que se podría emplear, por ejemplo, la diferenciación por color como la del gasóleo agrícola. Simplemente es que es, en dos palabras, im-popular.
© José L. Calvo
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