Como ya nos
tiene acostumbrados en su breve periplo, el gobierno de Pedro Sánchez hoy dice
una cosa y mañana la contraria sin el menor rubor: el Valle de los Caídos y el
futuro de Franco, la defensa del juez Llarena… o la negociación de los
Presupuestos Generales del Estado con Podemos: primero propuso la introducción
de un impuesto
a la banca para después retirarlo
y ofrecer
una Tasa Tobin, algo que por cierto no es un proyecto
suyo sino de
diez países europeos.
La tasa Tobin es un impuesto
sobre las transacciones financieras propuesta en 1971 por este premio Nobel de
1981. Si bien originalmente su opción fue que se hiciese sobre los cambios de
monedas para desalentar a los especuladores, la nueva estructura del sistema
financiero con su “ingeniería financiera” lo trajo de nuevo a colación, muy
especialmente tras la Gran Recesión de 2008. Su idea es sencilla: cada vez que
se realiza una transacción financiera los agentes (vendedor y/o comprador)
deben pagar una tasa -que él proponía muy pequeña, del 0,5% del volumen de la
transacción- que recauda el estado y sirve para financiar sus actividades.
Pero no todas
las transacciones financieras son iguales y se dedican a los mismos fines. Y es
muy importante diferenciar su motivación, porque eso debería condicionar el
tipo de la imposición. Para ello es esencial saber cuál era el papel del sistema
financiero actual.
Según la Teoría
Económica ortodoxa el papel del sistema financiero es el de intermediación, canalizando el ahorro
hacia la inversión. Debido a esa neutralidad
no es preciso incluirlo en los modelos macroeconómicos. Es la banca comercial de toda la vida.
Sin embargo, su
rol cambió sustancialmente en las últimas décadas del siglo pasado. La banca
comenzó a reinvertir en sí misma, dando origen a la finacialización de la economía. R. Foroohar en su libro Makers & Takers (2016) señala que mientras
que hasta los años 70 el modelo en funcionamiento era el ortodoxo y la banca
tradicional dedicaba el 80% de sus recursos a financiar la economía real,
actualmente tan solo el 15% de esos recursos financieros va a los negocios; el
resto, es decir el 85%, se mueve dentro del propio sistema financiero
autoalimentándose -en esto los activos financieros complejos juegan un papel
esencial-, sin aportar riqueza ni cumplir la misión para la que el sistema
financiero fue creado.
No solo eso,
sino que como insiste esta autora, la financialización
de la economía lleva a las empresas a tomar malas decisiones de inversión,
guiadas por dos elementos: la teoría del
valor para el accionista y la
negociación de alta frecuencia.
La teoría del valor para el accionista o
Teoría de Friedman considera que la
única misión de una empresa es obtener beneficios. Friedman, como buen ultraliberal,
dejaba clara su ideología: nada de paparruchas de responsabilidad social, de
equidad o empatía con los trabajadores y la sociedad; lo que tiene que hacer la
empresa es producir beneficios para sus accionistas sea como sea (y cueste lo
que cueste a la sociedad, el medio ambiente…).
Por otro lado, la negociación
de alta frecuencia se emplea en los mercados financieros y consiste, en
una explicación muy burda, en utilizar algoritmos matemáticos para predecir la
evolución de los activos y hacer operaciones en milisegundos. Esto supone que
un activo financiero puede cambiar de manos cerca de mil veces en tan solo un
segundo, y en cada una de esas operaciones se producen ganancias (y pérdidas
que luego se socializan).
La mezcla de
estas dos opciones es explosiva: los directivos de las empresas deben obtener
el máximo beneficio para unos accionistas que cambian en milésimas de segundo.
Así es muy difícil diseñar y mantener una estrategia de largo plazo, porque el
accionariado no es el mismo ni siquiera a primera y última hora del día, y has
de obtener beneficios para todos ellos.
En esta
situación ¿cuál es mi propuesta para la tasa Tobin? En primer lugar, no
introducirla para ese 15% de financiación de la economía real. No tiene sentido
gravar los préstamos, líneas de crédito, etc. que van destinados a las
empresas, especialmente a las Pymes, y cuya misión es crear riqueza y empleo.
Por el contrario, yo opto por una tasa Tobin sobre las transacciones
dentro del propio sistema financiero, con un tipo que mantiene una
relación negativa con el tiempo en que el activo está en manos del comprador.
Así por ejemplo, la tasa podría ser del 90%, prácticamente confiscatoria, para
las operaciones en las que el comprador mantiene el activo menos de 1 segundo,
reduciéndose al 75% si permanece un día; al 50% si es una semana y al 0% si
está más de 6 meses. Esto supone, en la práctica, no prohibir los movimientos
especulativos a corto -algo imposible con la actual correlación de poder-, pero
sí que sean beneficiosos para el conjunto de la sociedad y no solo para los
especuladores.
No tengo ninguna
esperanza de que mi propuesta sea recogida. Pero que no se diga que no hay
opciones progresistas.
© José L. Calvo, 2018
Hablando de
progresismo: por favor, que le retiren el doctorado en Economía al Sr. Sánchez
Mato. Es imposible que alguien que haya estudiado 1 hora de Introducción a
la Macroeconomía o que haya leído un poco de Historia Económica pueda decir que
los
estados no quiebran. Que se lo pregunten a España
(trece veces), a Venezuela
o Ecuador (11), Argentina (8 veces y va a por la siguiente)...
No hay comentarios:
Publicar un comentario