Que los españoles llevamos en nuestro ADN el pelotazo parece algo innegable. Desde el pícaro de Quevedo hasta Mario Conde, pasando por todos aquellos que en la burbuja inmobiliaria decidieron que lo que había que hacer era edificar en un terreno rústico y ver cómo crecía su dinero, en España lo que no ha faltado es gente dispuesta a vivir sin trabajar. Pero nadie como la banca española –y los políticos de toda ideología asociados a ella- para descubrir el negocio del siglo. Les explico cómo funciona.
En la época de bonanza especulativa, en esa en la que crecíamos a ritmos superiores al 3% y en la que algún presidente con más corazón que cerebro decía que éramos el motor de Europa, la banca se concentró en el sector inmobiliario, repartiendo créditos tanto a promotores como a compradores y obteniendo pingües beneficios. En ese período lo habitual era escuchar como nuestros bancos obtenían beneficios continuamente crecientes que, obviamente, no repartían con nadie salvo sus accionistas. Hasta aquí todo dentro de la más pura lógica capitalista.
Llegó el otoño de 2007 y la burbuja explotó. Y como no se podía dejar caer a ninguna entidad financiera –too big to fail- hubo que inyectarles dinero público para que no quebraran –más de 53.000 millones de euros da ya por perdidos el Banco de España (El País 14/11/13)-. Hasta aquí nuevamente pura lógica capitalista, siempre y cuando uno acepte que no había que dejarles quebrar como a otras muchas empresas (Un inciso, ¿por qué hay que salvar a Caja Castilla-La Mancha y no a Fagor?).
Y como el estado no tenía dinero para financiar ese rescate –asumió su coste- tuvo que emitir Deuda Pública. Es decir, socializó las pérdidas de las entidades financieras.
Y ahora viene el auténtico negocio. Con ese dinero “prestado” por el estado, los bancos y cajas en lugar de financiar la actividad económica se dedicaron a comprar la deuda pública emitida para dotarles de recursos (rescatarles). Obviamente, a un tipo de interés superior al que el propio estado les cobra por ellos.
Resumamos para entenderlo. Supongan que yo soy el banco: en la época buena lo hago de pena pero gano mucho dinero que me guardo; cuando la cosa se pone fea le pido ayuda a mi amigo estado; estado, como no tiene dinero para darme pero tampoco me quiere dejar en la estacada pide un préstamo al banco ladrón –es solo un nombre- para dármelo; y yo, con el dinero que me ha dado mi amigo lo meto en el banco ladrón. Por supuesto, estado paga a banco ladrón un tipo de interés muy superior al que yo pago a mi amigo estado y así el banco ladrón y yo salimos ganando; y el estado es el primo.
Y luego dicen que en España se está produciendo fuga de cerebros (por eso del espíritu aventurero de la juventud). Pero si los más listos, los banqueros y los políticos, todavía siguen aquí.
En la época de bonanza especulativa, en esa en la que crecíamos a ritmos superiores al 3% y en la que algún presidente con más corazón que cerebro decía que éramos el motor de Europa, la banca se concentró en el sector inmobiliario, repartiendo créditos tanto a promotores como a compradores y obteniendo pingües beneficios. En ese período lo habitual era escuchar como nuestros bancos obtenían beneficios continuamente crecientes que, obviamente, no repartían con nadie salvo sus accionistas. Hasta aquí todo dentro de la más pura lógica capitalista.
Llegó el otoño de 2007 y la burbuja explotó. Y como no se podía dejar caer a ninguna entidad financiera –too big to fail- hubo que inyectarles dinero público para que no quebraran –más de 53.000 millones de euros da ya por perdidos el Banco de España (El País 14/11/13)-. Hasta aquí nuevamente pura lógica capitalista, siempre y cuando uno acepte que no había que dejarles quebrar como a otras muchas empresas (Un inciso, ¿por qué hay que salvar a Caja Castilla-La Mancha y no a Fagor?).
Y como el estado no tenía dinero para financiar ese rescate –asumió su coste- tuvo que emitir Deuda Pública. Es decir, socializó las pérdidas de las entidades financieras.
Y ahora viene el auténtico negocio. Con ese dinero “prestado” por el estado, los bancos y cajas en lugar de financiar la actividad económica se dedicaron a comprar la deuda pública emitida para dotarles de recursos (rescatarles). Obviamente, a un tipo de interés superior al que el propio estado les cobra por ellos.
Resumamos para entenderlo. Supongan que yo soy el banco: en la época buena lo hago de pena pero gano mucho dinero que me guardo; cuando la cosa se pone fea le pido ayuda a mi amigo estado; estado, como no tiene dinero para darme pero tampoco me quiere dejar en la estacada pide un préstamo al banco ladrón –es solo un nombre- para dármelo; y yo, con el dinero que me ha dado mi amigo lo meto en el banco ladrón. Por supuesto, estado paga a banco ladrón un tipo de interés muy superior al que yo pago a mi amigo estado y así el banco ladrón y yo salimos ganando; y el estado es el primo.
Y luego dicen que en España se está produciendo fuga de cerebros (por eso del espíritu aventurero de la juventud). Pero si los más listos, los banqueros y los políticos, todavía siguen aquí.
© José L. Calvo, 2013