lunes, 25 de noviembre de 2013

El mejor negocio del mundo

Que los españoles llevamos en nuestro ADN el pelotazo parece algo innegable. Desde el pícaro de Quevedo hasta Mario Conde, pasando por todos aquellos que en la burbuja inmobiliaria decidieron que lo que había que hacer era edificar en un terreno rústico y ver cómo crecía su dinero, en España lo que no ha faltado es gente dispuesta a vivir sin trabajar. Pero nadie como la banca española –y los políticos de toda ideología asociados a ella- para descubrir el negocio del siglo. Les explico cómo funciona.
En la época de bonanza especulativa, en esa en la que crecíamos a ritmos superiores al 3% y en la que algún presidente con más corazón que cerebro decía que éramos el motor de Europa, la banca se concentró en el sector inmobiliario, repartiendo créditos tanto a promotores como a compradores y obteniendo pingües beneficios. En ese período lo habitual era escuchar como nuestros bancos obtenían beneficios continuamente crecientes que, obviamente, no repartían con nadie salvo sus accionistas. Hasta aquí todo dentro de la más pura lógica capitalista.
Llegó el otoño de 2007 y la burbuja explotó. Y como no se podía dejar caer a ninguna entidad financiera –too big to fail- hubo que inyectarles dinero público para que no quebraran –más de 53.000 millones de euros da ya por perdidos el Banco de España (El País 14/11/13)-. Hasta aquí nuevamente pura lógica capitalista, siempre y cuando uno acepte que no había que dejarles quebrar como a otras muchas empresas (Un inciso, ¿por qué hay que salvar a Caja Castilla-La Mancha y no a Fagor?).
Y como el estado no tenía dinero para financiar ese rescate –asumió su coste- tuvo que emitir Deuda Pública. Es decir, socializó las pérdidas de las entidades financieras.
Y ahora viene el auténtico negocio. Con ese dinero “prestado” por el estado, los bancos y cajas en lugar de financiar la actividad económica se dedicaron a comprar la deuda pública emitida para dotarles de recursos (rescatarles). Obviamente, a un tipo de interés superior al que el propio estado les cobra por ellos.
Resumamos para entenderlo. Supongan que yo soy el banco: en la época buena lo hago de pena pero gano mucho dinero que me guardo; cuando la cosa se pone fea le pido ayuda a mi amigo estado; estado, como no tiene dinero para darme pero tampoco me quiere dejar en la estacada pide un préstamo al banco ladrón –es solo un nombre- para dármelo; y yo, con el dinero que me ha dado mi amigo lo meto en el banco ladrón. Por supuesto, estado paga a banco ladrón un tipo de interés muy superior al que yo pago a mi amigo estado y así el banco ladrón y yo salimos ganando; y el estado es el primo.
Y luego dicen que en España se está produciendo fuga de cerebros (por eso del espíritu aventurero de la juventud). Pero si los más listos, los banqueros y los políticos, todavía siguen aquí.

© José L. Calvo, 2013
 

lunes, 18 de noviembre de 2013

Deflación

Supongo que a estas alturas de la crisis ya habrán oído ustedes hablar de la nueva amenaza que se cierne sobre el sur de la UE: la deflación, que es la caída de precios, es decir, justo lo contrario de la inflación. En términos técnicos deben producirse dos semestres continuados de reducción de precios (FMI), algo que al común de los mortales nos importa un pito –entre otras cosas porque el gobierno imPopular no va a permitir que haya un segundo trimestre de crecimiento negativo de los precios, para eso ya han puesto de director del INE a un señor que es capaz de decir sin sonrojarse que el empleo creció en treinta y dos personas-.
En principio puede parecer que el que se reduzcan los precios es positivo. En teoría podré comprar más cosas con la misma renta. Pero en una deflación no todos los precios decrecen, y los que lo hacen son justamente los que más afectan a nuestros bolsillos: salarios, vivienda… Por el contrario, los precios de la energía seguirán subiendo –al igual que los sueldos de los políticos y los altos directivos-.
De hecho, una deflación es el peor escenario posible en Economía –y si no que se lo pregunten a los japoneses que llevan desde el siglo pasado así y no son capaces de encontrar una salida-. El motivo es que no hay política monetaria que permita salir de ella. Veamos de forma sencilla cómo nos afecta.
Suponga que quiere cambiar de coche. Si piensa que el precio de éste va verse reducido en el futuro aplazará su compra. Esto evidentemente afectará al vendedor, que ante la falta de demanda reducirá el precio, lo que disminuirá sus márgenes y le obligará a ajustar sus costes, con la reducción de plantilla como una de las alternativas. Pero esto además genera un círculo vicioso, ya que usted esperará reducciones adicionales y no comprará el coche, lo que obligará al vendedor a reducir más el precio… Al final, la deflación acarrea una disminución generalizada de la demanda y, consecuentemente, un incremento del paro.
Ahora imagínese que es usted un inversor que desea comprar activos en España, por ejemplo que quiere comprar viviendas del banco malo. La rentabilidad de ese activo es negativa, ya que con la deflación su precio disminuirá. Es decir, el activo/vivienda va perdiendo valor a medida que su precio disminuye. Lógicamente usted buscará otros sitios donde su inversión tenga una rentabilidad positiva.
Finalmente, y para no alargarme, ¿qué pasa con las deudas? Pues que tanto las públicas como las privadas aumentarán. El tipo de interés real será superior al tipo monetario –el tipo real es el monetario menos la tasa de inflación, que en este caso es negativa-. Así, si su préstamo hipotecario está al 4% y la deflación es del 1% su tipo de interés real será del 5%. Solo un dato: la deuda privada española representa el 200% del PIB, y la pública el 100%.
¿Cuál es la única opción posible? Evitar la deflación, como ha visto claramente el presidente del BCE, a través de una política monetaria expansiva al estilo de la FED. Pero hete ahí que ya han saltado las voces de nuestros “socios” del Norte atacando esa posibilidad.
La actual situación de la UE cada vez me recuerda más al período de entreguerras del siglo pasado. Los actores han cambiado, pero la mentalidad dominante sigue siendo la misma que lucía Hayeck y la escuela austríaca: modelo, modelo, modelo. Nuestros cartesianos colegas alemanes –y por extensión sus paletos seguidores en nuestro país- deberían leer más a Kahneman, Loewenstein o Akerlof para saber de qué va realmente la Economía. En nuestra ciencia casi nunca dos más dos son cuatro.

© José L. Calvo, 2013


jueves, 14 de noviembre de 2013

El final del rescate bancario

Con toda probabilidad hoy, 14 de noviembre, la Unión Europea aprobará el final del rescate bancario español. Esta, que parece ser una buena noticia, no lo es tanto a mi entender. Algunas razones de mi falta de entusiasmo se las resumo aquí.
1. Esto es más una operación de marketing político que un signo de que realmente la economía española ha dejado atrás la recesión. Sirve muy bien a los intereses tanto del gobierno del PP, que refuerza así su discurso de que las cosas van mejorando –“España va bien, ¿se acuerdan?”-, como a los de la Troika, que reafirma su mensaje de que su política de recortes ha sido acertada ya que el alumno aventajado ha superado con nota la intervención. Ahora bien, ¿realmente España está en una buena situación? Un 200% del PIB de deuda privada; un 100% de deuda pública; más de un 6% de déficit a finales de año y un cuarto de la población activa parada no parecen datos como para sacar pecho.
2. Al final “solo” nos ha costado 41.300 millones de euros. Dinero que tendremos que devolver a la UE en 15 años, y que ya se sabe de dónde va a salir: de los impuestos de todos los españoles. Miento de todos menos de los poseedores de SICAV (que seguirán cotizando al 1%).
3. Quedan muchas preguntas sin responder: ¿está realmente saneado nuestro sistema financiero? No lo sabremos hasta las pruebas de estrés; ¿supone esto el inicio de la recuperación? Dudoso; ¿va a volver a fluir el crédito? No lo parece ya que no tiene sentido prestar a proyectos privados y de riesgo cuando es posible realizar carry trade, pidiendo el dinero al BCE al 0,25 y prestándoselo al estado al 4% sin riesgo de impago.
4. Finalmente, hay un peligro que debo reconocer que me intranquiliza sobremanera –no solo a mí sino también al Gobernador del BdE-: el gobierno popular puede verse tentado, ahora que teóricamente ya no está vigilado por la Troika, a supeditar la política económica a sus intereses electorales. Esto supondría paralizar reformas que son imprescindibles, muy especialmente la de la Administración local y autonómica: en España sobran las dos terceras partes de ayuntamientos y varias Comunidades Autónomas (con sus gobiernos, parlamentos…).
Siempre ha estado bien tener alguien a quien poder echarle la culpa de nuestros infortunios. Hasta ahora había sido la Troika. Con el rescate finalizado podremos ver con claridad quienes son los verdaderos culpables.

© José L. Calvo