lunes, 18 de noviembre de 2013

Deflación

Supongo que a estas alturas de la crisis ya habrán oído ustedes hablar de la nueva amenaza que se cierne sobre el sur de la UE: la deflación, que es la caída de precios, es decir, justo lo contrario de la inflación. En términos técnicos deben producirse dos semestres continuados de reducción de precios (FMI), algo que al común de los mortales nos importa un pito –entre otras cosas porque el gobierno imPopular no va a permitir que haya un segundo trimestre de crecimiento negativo de los precios, para eso ya han puesto de director del INE a un señor que es capaz de decir sin sonrojarse que el empleo creció en treinta y dos personas-.
En principio puede parecer que el que se reduzcan los precios es positivo. En teoría podré comprar más cosas con la misma renta. Pero en una deflación no todos los precios decrecen, y los que lo hacen son justamente los que más afectan a nuestros bolsillos: salarios, vivienda… Por el contrario, los precios de la energía seguirán subiendo –al igual que los sueldos de los políticos y los altos directivos-.
De hecho, una deflación es el peor escenario posible en Economía –y si no que se lo pregunten a los japoneses que llevan desde el siglo pasado así y no son capaces de encontrar una salida-. El motivo es que no hay política monetaria que permita salir de ella. Veamos de forma sencilla cómo nos afecta.
Suponga que quiere cambiar de coche. Si piensa que el precio de éste va verse reducido en el futuro aplazará su compra. Esto evidentemente afectará al vendedor, que ante la falta de demanda reducirá el precio, lo que disminuirá sus márgenes y le obligará a ajustar sus costes, con la reducción de plantilla como una de las alternativas. Pero esto además genera un círculo vicioso, ya que usted esperará reducciones adicionales y no comprará el coche, lo que obligará al vendedor a reducir más el precio… Al final, la deflación acarrea una disminución generalizada de la demanda y, consecuentemente, un incremento del paro.
Ahora imagínese que es usted un inversor que desea comprar activos en España, por ejemplo que quiere comprar viviendas del banco malo. La rentabilidad de ese activo es negativa, ya que con la deflación su precio disminuirá. Es decir, el activo/vivienda va perdiendo valor a medida que su precio disminuye. Lógicamente usted buscará otros sitios donde su inversión tenga una rentabilidad positiva.
Finalmente, y para no alargarme, ¿qué pasa con las deudas? Pues que tanto las públicas como las privadas aumentarán. El tipo de interés real será superior al tipo monetario –el tipo real es el monetario menos la tasa de inflación, que en este caso es negativa-. Así, si su préstamo hipotecario está al 4% y la deflación es del 1% su tipo de interés real será del 5%. Solo un dato: la deuda privada española representa el 200% del PIB, y la pública el 100%.
¿Cuál es la única opción posible? Evitar la deflación, como ha visto claramente el presidente del BCE, a través de una política monetaria expansiva al estilo de la FED. Pero hete ahí que ya han saltado las voces de nuestros “socios” del Norte atacando esa posibilidad.
La actual situación de la UE cada vez me recuerda más al período de entreguerras del siglo pasado. Los actores han cambiado, pero la mentalidad dominante sigue siendo la misma que lucía Hayeck y la escuela austríaca: modelo, modelo, modelo. Nuestros cartesianos colegas alemanes –y por extensión sus paletos seguidores en nuestro país- deberían leer más a Kahneman, Loewenstein o Akerlof para saber de qué va realmente la Economía. En nuestra ciencia casi nunca dos más dos son cuatro.

© José L. Calvo, 2013


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