lunes, 23 de diciembre de 2013

Crisis, normas sociales y normas mercantiles

Según Dan Ariely, vivimos simultáneamente en dos mundos distintos: uno el que prevalecen las normas sociales, y otro donde son las normas mercantiles las que marcan la pauta. O dicho de otra forma, una parte de nuestra vida es retribuida por medio del dinero, mientras que en la otra parte somos recompensados con emociones y sentimientos. Y es muy importante no confundirlas ni mezclarlas. Un ejemplo muy sencillo: se ha demostrado que la gente desea donar sangre (retribución emocional) pero no la daría si le pagasen por ello.
La actual crisis y muy especialmente las políticas económicas aplicadas primero por el PSOE y mucho más gravemente por el PP han roto muchos de los contratos sociales en los que se basaban las relaciones en España y los han transformado en mercantiles. Tres ejemplos: pobreza, sanidad y educación.
Para un país en el que todavía vive una generación que sufrió la devastación posterior a la Guerra Civil el que nunca más se repitiesen situaciones de pobreza era un contrato social. No dejar a nadie detrás, que ningún español tuviese que mendigar o emigrar en las mismas condiciones –o peores- que ellos en los años 50 y 60 de pasado siglo era una obligación moral de la sociedad. Por eso mismo ver cómo los sucesivos ministros de economía, hacienda, trabajo… lo convierten todo en una cuestión de dinero les supone una transformación de una norma social en otra mercantil, produce una frustración social difícilmente solventable.
 Si algo ha medido el progreso de la sociedad española han sido la sanidad y la educación pública. Desde la época del dictador en que se creó la Seguridad Social esta ha venido funcionando como un contrato social. Todos aportábamos una cuantía mensual a ese pozo común para que lo utilizasen aquellos que lo necesitaban, ya fuese para su salud, para su pensión justamente ganada o bien porque habían perdido su empleo. Nadie ponía en duda ni su necesidad ni su universalidad o su aportación. Era el bien común. Por eso ver cómo los sucesivos gobierno socialista-populares sustituyen ese contrato social por criterios mercantiles –primero recortando las prestaciones y luego privatizándola no por la mejora de su gestión sino para dárselo a los amiguetes- introduce una segunda fuente de frustración social.  
El caso de la educación es muy similar al de la sanidad. Una enseñanza pública y universal en los primeros estadios junto con una Universidad a un coste accesible para los hijos de los obreros eran objetivos comunes de una sociedad que durante siglos vio cómo la educación la disfrutaban en exclusiva las clases pudientes. Nuevamente era un acuerdo social cuya necesidad nadie discutía. Aquí la actuación fue mucho más sibilina y, en esa medida, mucho más cruel. Sobre todo porque una parte muy importante de su destrucción ha corrido a cargo de gobierno teóricamente de izquierdas –nunca incluiré a los socialistas dentro de la izquierda-. Primero fueron los colegios concertados, dando recursos al sector privado, y posterior los recortes de dinero a la escuela pública –que no a la concertada e incluso a la que defiende la segregación por sexo- y los tasazos en la Universidad, los que han roto este último contrato social. La enseñanza pública se está convirtiendo cada vez en más marginal y la universidad vuelve a ser para los pudientes.
La frustración social tiene resultados impredecibles. Una sociedad asentada solo sobre principios económicos y sin contratos sociales puede estallar fácilmente en cualquier dirección.
Puede parecer que está dentro de la lógica del devenir de los tiempos. Que la evolución de la sociedad nos lleva a convertir contratos sociales en mercantiles. Que todo debe estar dominado por el dinero, como ocurre en las sociedades capitalistas más desarrolladas. Y, sin embargo, en estas últimas sucede todo lo contrario. Citando nuevamente a D. Ariely, el dinero resulta ser con mucha frecuencia la forma más cara de motivar a la gente. O como dice Woody Allen (por introducir una nota de humor) no hay sexo más caro que el sexo gratuito.

© José L. Calvo, 2013

viernes, 20 de diciembre de 2013

Capitalismo made in Spain

Una de las cosas que los economistas ortodoxos afirman es que el único modelo económico posible es el capitalismo strictu sensu. No hay opción, aquellos que han intentado sustituirlo, como los modelos socialistas y comunistas, han fracasado estrepitosamente. Incluso los que han intentado matizarlo introduciendo elementos como la Economía del Bienestar, están hoy en franco retroceso frente al poder regulatorio de los mercados.
Para la “ciencia” económica el capitalismo liberal, sin regulación, ha permitido el crecimiento económico y el desarrollo de las sociedades en los dos últimos siglos. Pero ¿es verdad que ese capitalismo es el mejor modelo posible? Veamos solo con datos de esta semana cómo sus ultradefensores  en el gobierno lo están aplicando a la sociedad española.
1. Esta semana se presentaba en las Cortes una proposición de ley sobre pobreza energética. Su objetivo era evitar que se corte la luz a los pobres en el período invernal. Presentada por Izquierda Plural –ya es hora de que hagan algo; el lugar de la izquierda es la calle y no calentar escaño- y apoyada por todos los grupos de la oposición, fue rechazada por la mayoría absoluta del PP con argumentos incalificables por su incoherencia. Parece que los defensores del capitalismo ultraliberal se perdieron las clases donde se explicaba que no hay crecimiento sin distribución, y que ninguna sociedad pervive sin equidad.
2. El jueves se anunciaba la venta por 1.000 millones de euros de Novagalicia al grupo venezolano Banesco. Si consideramos que se le inyectaron 9.000 millones, esto  supone que el FROB (es decir todo los españoles) asumimos el coste de los 8.000 millones de diferencia. Así, las pérdidas acumuladas por las ventas de Cajas de ahorros mal gestionadas por políticos suponen ya más del 19.000 millones y eso sin conocer todavía el coste real de Bankia –el cortijo del PP-. Es interesante como los gobiernos del PP y el PSOE no han permitido que funcionase la lógica del mercado en el sector financiero y han socializado las pérdidas.
3. Y el remate es el tarifazo eléctrico, con una subida de la factura de la luz que estará por encima del 10%. Todo ello tras una subasta opaca realizada en mercados OTC  (over the counter, no controlados), con unos mecanismos definidos para favorecer a las empresas eléctricas, con una estructura productiva de un mercado oligopolístico y con un gobierno que no solo no defiende la libre competencia –como sería de esperar de alguien con una ideología ultraliberal- sino que muy por el contrario pone “palos en las ruedas” a todas aquellas iniciativas que podrían traer nuevos suministros energéticos –las renovables- o más competencia –el autoconsumo-. Una nueva lección de capitalismo “a la carta” (de los ricos).
En definitiva, la interpretación que tienen los ultraliberales defensores del capitalismo patrio se parece más a la ley del embudo que a la libre competencia; al para mí y mis amigos todo y para el resto las deudas.
Por eso mismo suscribo plenamente las palabras de Dan Ariely cuando afirma que “Sí, es cierto que un mercado libre basado en la oferta, la demanda y la ausencia de fricción sería el ideal si nosotros fuéramos auténticamente racionales” (e incorruptibles añadiría yo). Pero como no lo somos, como la realidad se separa mucho de esa joya que explicamos en los manuales de la Teoría Económica ortodoxa, como sus gestores políticos, económicos y financieros españoles se mueven por intereses personales en lugar de por el bien común, yo sigo apostando contra él. En manos de la actual clase política dentro de poco en España estarán plenamente justificados los primeros versos de la Internacional: “arriba parias de la tierra, en pie famélica legión…” (y sin luz).

© José L. Calvo
 

jueves, 19 de diciembre de 2013

Unión Bancaria, Alemania y corrupción

En los últimos días hemos asistido a la negociación en la Unión Europea sobre el fondo de liquidación de bancos, organismo fundamental para continuar el proceso de Unión Bancaria. Al final, y como era de esperar, se han impuesto los criterios de Alemania y los países del centro de Europa y el mecanismo será activado por cada país, que además, y como mínimo durante un período de diez años, deberá hacerle frente con sus recursos. Queda así frenado uno de los principales nuevos objetivos de la UE, que la consolidaría no ya como una federación de estados sino como unos auténticos estados unidos de Europa
Desde los medios de comunicación y algunos partidos políticos españoles se ha cuestionado nuevamente la actitud de la canciller alemana y su ministro de finanzas por la falta de solidaridad de los países del norte con los del sur. Frases como que “los alemanes no quieren pagar con sus impuestos nuestros vicios” tratan de lanzarnos a un enfrentamiento entre ciudadanos centroeuropeos y mediterráneos. Pero, ¿tiene sentido la posición alemana o por el contrario tienen razón nuestros periodistas y políticos?
Pongámonos por un momento en la piel de un ciudadano alemán que paga sus impuestos, que hace autoconsumo energético y que exige a sus políticos una actitud irreprochable. Ese ciudadano de un país en el que han tenido que dimitir el ministro de Defensa y la de Educación por haber plagiado la tesis. Y entréguenle un periódico español –o póngale a ver el Intermedio, el mejor telediario que hay actualmente-. ¿Qué ve?, que la principal autoridad nacional y su familia han obtenido recursos de forma poco clara; que los dos principales partidos están inmersos en casos de corrupción; que uno de ellos, el del actual gobierno, utilizó Caja Madrid –que si hubiese existido la Unión Bancaria debería haber sido rescatada con dinero alemán, francés…- como su cortijo para gastar en lo que deseaba y para colocar a sus amigos; que uno de los principales sindicatos también está siendo investigado por corrupción; que se ha dilapidado el dinero en aeropuertos, AVEs, carreteras… sin ningún análisis coste-beneficio, etc. Y, sobre todo, que nunca pasa nada, que ante todo esto los responsables no solo no están en la cárcel, sino que siguen dirigiendo el país, utilizando además la Justicia en beneficio propio.
Póngase en su piel y pregúntese ¿de verdad juntaría su dinero con el de ese país?, ¿está seguro de que querría hacer un fondo común para pagar las deudas de ambos? Seamos sensatos, bastante cede Alemania permitiéndonos estar en la misma UE que ellos. No es un problema alemán, es nuestro: mientras no seamos capaces de echar a todos esos corruptos, mientras no salgamos a la calle a forzar su dimisión y encarcelamiento, no tiene sentido pensar que somos europeos. Hasta los ucranianos nos están dando ejemplo.

© José L. Calvo