lunes, 10 de febrero de 2014

Más justicia y menos caridad

Uno de los temas recurrentes de la Economía del Comportamiento es la provisión de bienes públicos y el comportamiento altruista de los individuos. Les pongo en antecedentes con un juego típico en la literatura. Supongamos que tenemos 10 individuos a los que se dota con una cantidad, 10€, y se les ofrece la posibilidad de mantenerlos o aportar la cuantía que consideren a un fondo común del que obtienen beneficios conjuntos. El resultado para cualquier individuo es (10 - Ni)+ 0,3*N, siendo N la suma de lo que aporta cada individuo al fondo común. Es decir, que si el individuo no aporta nada mantiene sus 10€, pero si todos y cada uno aportan los 10€ al fondo común cada uno de ellos consigue 30€. En esa medida lo lógico es que todos aporten lo máximo, aunque no es lo racional. ¿Cuál es la mejor solución para el individuo j? No aportar nada y esperar que los demás aporten todo, ya que en ese caso obtiene un resultado de 10 + 0,3*90 = 37€. Es decir, comportarse como un free rider que dice la economía y que nosotros llamaríamos una jeta o un sinvergüenza.
Este tipo de comportamiento free rider lo vemos por ejemplo en el que elude pagar sus impuestos, el que se salta la cabina de la autovía pegado a otro coche… es decir, en todo aquél que disfruta de bienes públicos pero no aporta para su mantenimiento. Eso es malo. Pero es mucho peor cuando el que hace de free rider es el propio estado. Y eso es lo que en la actualidad está haciendo el gobierno central y muchos autonómicos con múltiples aspectos de la sociedad del bienestar tan relevantes como la lucha contra la pobreza, la sanidad para los sin papeles… que está dejando en manos de la solidaridad de los españoles. Así, vemos cómo se nos pide desde las ONGs que aportemos recursos para los más necesitados, que donemos parte de nuestro salario –del mío iban cerca de 200€ al mes aunque ahora se ha reducido porque acabo de borrar a Cruz Roja por comerciar con la sangre que donamos gratuitamente los madrileños- y mientras los gobiernos imPopulares van recortando prestaciones, disminuyendo su aportación en aras de unos ajustes que aplican a los más necesitados pero que ni son para ellos ni para sus protegidos –otro día hablaré del insulto de la bajada del IVA cultural a las obras de arte, como si los pobres y la clase media pudiésemos comprarlas-. Es decir, el gobierno de Rajoy actúa como free rider dejando la solución de  problemas de bienestar común en manos de la caridad del resto de los españoles.
Volvemos pues a las damas de la caridad del siglo XIX, a esas señoras que luciendo peineta y mantilla –como la Botella, Dña. Finiquito, Sorayita…-, repartían las sobras de su comida entre los necesitados, a Plácido y el siente a un pobre a su mesa. Pero ahora esas damas no lo hacen con su dinero, sino con el de las aportaciones de la clase media, de todos nosotros los solidarios.
Ojo, no me entiendan mal. Estoy absolutamente a favor de la lucha contra la pobreza, de aportar parte de mi salario al cuidado sanitario o a la educación en países donde la existencia de gobiernos corruptos y la mala gestión de los a veces riquísimos recursos naturales condenan a la población al hambre y la incultura. Pero me niego a hacerlo en mi país, donde hasta hace nada eran conquistas sociales. Y me indigna más aún que gracias a mi aportación el gobierno se desligue de esas luchas y dedique sus recursos a apoyar a bancos, políticos corruptos y ladrones varios. En un país como el nuestro, democrático y europeo, debemos exigir más justicia y menos caridad.

© José L. Calvo, 2014

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