A una ministra del PP le preguntaban cómo había podido virar desde posiciones comunistas en su juventud hasta el partido conservador. Su respuesta fue que “lo que ha cambiado es el país, no yo”. Esto viene a colación porque ahora está sucediendo lo mismo: antiguos economistas keynesianos se han pasado al ala más ultraconservador de la economía representado por el actual gobierno. Pero en este caso no han utilizado la justificación sino la descalificación: el resto, los que no apoyamos sus planteamientos, somos antisistema.
Menos mal que uno ya está acostumbrado a los insultos. El presidente Zapatero ya nos calificó como de antiespañoles por mencionar la palabra crisis a finales de 2007, y ahora somos antisistema. La diferencia es que en el primer caso me sentí vilipendiado –soy tan o más español que él-, mientras que en la actualidad me considero halagado.
Porque si no apoyar una política que hace recaer la salida de la crisis no en sus creadores –la oligarquía político-financiera- sino en la clases medias y bajas; si considerar que es preferible emplear los impuestos directos –progresivos- en lugar de los indirectos –regresivos- y que hay que gravar las grandes fortunas y las actividades financieras; si creer que lo que hay que reducir es el despilfarro público de tantos aeropuertos, obras faraónicas… a mayor gloria del “chorizo” de turno (“que se jodan”) en lugar de robarle el salario a los funcionarios; si pretender que los políticos metidos a banqueros y aquellos otros políticos que los apoyaron deben responder de sus actos ante la justicia y penar por ello; si defender el estado del bienestar frente a aquellos que lo quieren destruir para incrementar el beneficio de unos pocos es ser antisistema, entonces, sí soy antisistema.
Mientras haya un solo pobre y, al mismo tiempo, una impresentable se gaste un millón de libras en una bañera porque “pasa mucho tiempo en ella” seré antisistema. Llamadme econoflauta.
Menos mal que uno ya está acostumbrado a los insultos. El presidente Zapatero ya nos calificó como de antiespañoles por mencionar la palabra crisis a finales de 2007, y ahora somos antisistema. La diferencia es que en el primer caso me sentí vilipendiado –soy tan o más español que él-, mientras que en la actualidad me considero halagado.
Porque si no apoyar una política que hace recaer la salida de la crisis no en sus creadores –la oligarquía político-financiera- sino en la clases medias y bajas; si considerar que es preferible emplear los impuestos directos –progresivos- en lugar de los indirectos –regresivos- y que hay que gravar las grandes fortunas y las actividades financieras; si creer que lo que hay que reducir es el despilfarro público de tantos aeropuertos, obras faraónicas… a mayor gloria del “chorizo” de turno (“que se jodan”) en lugar de robarle el salario a los funcionarios; si pretender que los políticos metidos a banqueros y aquellos otros políticos que los apoyaron deben responder de sus actos ante la justicia y penar por ello; si defender el estado del bienestar frente a aquellos que lo quieren destruir para incrementar el beneficio de unos pocos es ser antisistema, entonces, sí soy antisistema.
Mientras haya un solo pobre y, al mismo tiempo, una impresentable se gaste un millón de libras en una bañera porque “pasa mucho tiempo en ella” seré antisistema. Llamadme econoflauta.
© José L. Calvo
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