Hace poco asistimos a un acto de exaltación partidista que a mí me dejó estupefacto: mientras el presidente Rajoy anunciaba el mayor recorte de la historia de la democracia (65.000 millones) la bancada popular aplaudía entusiásticamente hasta 14 veces, e incluso en pleno paroxismo una de sus señorías se atrevía a lanzar su exabrupto “que les jodan” (vota para que la echen VOTA). Vamos, que una parte importante de los ciudadanos perdían renta y los diputados populares encantados.
Como me gusta buscar una explicación racional a casi todo, aquí va una: los diputados de los dos grandes partidos no deben su escaño a la circunscripción que los elige sino al aparato del partido. Me explico. En España el voto es muy irracional y está muy decantado, de forma que un votante que se considera de izquierdas nunca votará al PP y en sentido inverso ocurre con el PSOE. Dos resultados se derivan de esto: en primer lugar que quién gana las elecciones lo deciden al final entre 1 y 2 millones de votantes; y en segundo lugar que los grandes partidos tienen una buena aproximación de los votos que obtendrán en cada circunscripción, por lo que pueden saber con cierto margen de error el número de diputados que sacarán.
Dada esta última situación, para el aspirante a diputado lo importante no es lo que sucede en su pueblo, cuidad… sino el puesto en el que el aparato del partido le ponga en la candidatura. Conseguir un buen lugar supone salir elegido y obtener las prebendas de un buen sueldo, dietas y jubilación máxima con ocho años de cotización; una mala posición le obliga a ir en las listas sin ninguna posibilidad de obtener escaño.
Si a esto añadimos que se ha creado una clase política cuya única cualificación es su capacidad de medrar en el aparato (¿a qué se podrían dedicar Leire Pajín, Bibiana Aido, Pepe Blanco o Andrea Fabra si dejasen la política?) tenemos el resultado que comentaba al inicio: lo importante para los diputados es que su jefe de filas y los aparatisch les vean aplaudir. Lo que suceda en el país les trae al pairo.
Como me gusta buscar una explicación racional a casi todo, aquí va una: los diputados de los dos grandes partidos no deben su escaño a la circunscripción que los elige sino al aparato del partido. Me explico. En España el voto es muy irracional y está muy decantado, de forma que un votante que se considera de izquierdas nunca votará al PP y en sentido inverso ocurre con el PSOE. Dos resultados se derivan de esto: en primer lugar que quién gana las elecciones lo deciden al final entre 1 y 2 millones de votantes; y en segundo lugar que los grandes partidos tienen una buena aproximación de los votos que obtendrán en cada circunscripción, por lo que pueden saber con cierto margen de error el número de diputados que sacarán.
Dada esta última situación, para el aspirante a diputado lo importante no es lo que sucede en su pueblo, cuidad… sino el puesto en el que el aparato del partido le ponga en la candidatura. Conseguir un buen lugar supone salir elegido y obtener las prebendas de un buen sueldo, dietas y jubilación máxima con ocho años de cotización; una mala posición le obliga a ir en las listas sin ninguna posibilidad de obtener escaño.
Si a esto añadimos que se ha creado una clase política cuya única cualificación es su capacidad de medrar en el aparato (¿a qué se podrían dedicar Leire Pajín, Bibiana Aido, Pepe Blanco o Andrea Fabra si dejasen la política?) tenemos el resultado que comentaba al inicio: lo importante para los diputados es que su jefe de filas y los aparatisch les vean aplaudir. Lo que suceda en el país les trae al pairo.
Y así nos encontramos con una situación paradójica: las Cortes Generales, la institución que debería representar la soberanía popular, acordonada para protegerla de aquellos a quienes dice representar. Al más puro estilo dictatorial. Por el bien de la democracia, listas abiertas YA.
© José L. Calvo
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