martes, 29 de enero de 2013

¿Pero dónde está Robin Hood?: la tasa a las transacciones financieras

Once países de la UE, encabezados por Alemania y Francia y entre los que se encuentra el nuestro, han decidido introducir una tasa a las actividades financieras, la denominada tasa Robin Hood también conocida como tasa Tobin. La justificación es limitar y gravar los movimientos especulativos de capitales.
Lo primero que hay que aclarar es que Tobin nunca propuso una tasa sobre el sistema financiero, sino que la tasa que este Premio Nobel de Economía de 1981 propuso era sobre los movimientos especulativos de divisas. No obstante, se adoptó esta denominación al tener un objetivo similar; por otro lado, no es preciso recordar quién fue Robin Hood y su justicia de robar a los ricos para dárselo a los pobres, lo que, en principio, haría esta tasa –quitárselo a los banqueros/inversores/ricos para dárselo a los contribuyentes-. Pero, ¿realmente actúa así la tasa Tobin? ¿Cuáles son sus efectos más previsibles?
Antes de nada aclaremos una cuestión clave: el sistema financiero tiene dos caras: una transparente, ligada a sus labores de intermediación, y otra opaca, ligada a productos financieros complejos y actividades fuera del balance (OTC). Mientras que las primeras son fáciles de controlar por las autoridades, especialmente a través de la Bolsa de Valores, las segundas son prácticamente imposibles de fiscalizar, ya que la gran mayoría de ellas se efectúan fuera de la legislación de los países. Y mientras que las primeras se dirigen fundamentalmente a financiar la actividad productiva, las segundas son, prácticamente en su totalidad, especulativas.
Así que quede claro: las actividades especulativas son opacas y difíciles de investigar y las inversoras son transparentes y fáciles de intervenir. ¿Qué hacer en esta situación? Pues lo que ha hecho el gobierno francés: como había que introducir un impuesto porque Hollande lo llevaba en su programa y queda progresista –cada día se parece más a Zapatero- gravar la compra/venta de acciones de las grandes compañías francesas y olvidarse del lado opaco del sistema financiero. Es decir, gravar la actividad inversora y no actuar contra los movimientos especulativos de capitales. Un pan con unas hostias que decimos en España.
Cuatro efectos se derivan de la introducción de este impuesto:
1. Deslocalización. Obviamente, los capitales se trasladarán desde los países en los que están sujetos a imposición a otros donde no lo están. La City y Holanda se están frotando las manos
2. En términos de eficiencia, el impuesto introduce distorsiones, y traslada recursos desde la inversión productiva –que sufre la imposición- a la especulativa –libre de ella-. Un efecto inverso al que se pretendía.
3. Si, como ocurre en el caso francés, el impuesto se introduce a los operadores, estos lo trasladarán al vendedor/comprador, por lo que al final, quienes lo pagarán son los que actúan en estos mercados: fondos de inversión y pequeños ahorradores que ahora, además y tras el final de la guerra de los depósitos, pensaban que la Bolsa de Valores era uno de los posibles mercados donde invertir.
4. Finalmente, si como parece los pequeños ahorradores estarían exentos y dado el efecto negativo que va a producir sobre el volumen de transacciones –en Francia ha caído un 15%-, su capacidad recaudatoria será mínima.

Al final,  la tasa Robin Hood no es más que una campaña de marketing de los políticos de la UE que quieren hacer ver que todos pagamos para salir de la crisis, incluidos los bancos que la provocaron. Pero la realidad es muy distinta: los bancos y los grandes inversores no pagarán nunca y su carga, simbólica, mínima, recaerá sobre los de siempre, la clase media. Para este viaje no necesitábamos esas alforjas.
© José L. Calvo

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