Supongo que muchos de ustedes recordarán el lema del Despotismo Ilustrado de la segunda mitad del siglo XVIII: “Todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Pues bien, la actual situación de la Unión Europea, y sobre todo la política impuesta por Alemania y la troika a los países del sur de Europa me sugiere una nueva versión de ese lema: “os vamos a hacer sufrir, pero es por vuestro bien” –a los ciudadanos, nunca a los políticos ni a los banqueros-.
Desde sus inicios la Economía se ha dividido en dos ramas antagónicas: las que la enfocaban una ciencia experimental –como la Física- y los que la consideraban, y consideramos, como una ciencia social. La diferencia no es nimia, porque da origen a dos concepciones metodológicas muy diferentes, donde el ser humano es tratado de forma absolutamente opuesta. Bajo la perspectiva experimental es posible obtener leyes universales de funcionamiento –similares a la de la gravedad- aplicables en cualquier circunstancia y a cualquier agente, independientemente de sus características; bajo la visión social no existen tales leyes, y deben ser considerados los efectos que las políticas económicas ejercen sobre las sociedades y los individuos.
La Sra Merkel, el Sr. Draghi y asociados son seguidores de la primera rama, la experimental. Para ellos las economías deben ajustarse. Punto. Y esto ha de hacerse por la vía de una política monetaria que controle la estabilidad de precios y una política presupuestaria restrictiva que reduzca los gastos e incremente los ingresos públicos. Esto independientemente de que genere pobreza, hambruna, sociedades cada vez más desesperadas y que tienen menos que perder, y un enfrentamiento norte-sur que cada vez va alejándose más de los componentes económicos y tomando tintes políticos.
Los economistas sociales creemos que estas políticas no son las correctas. Que no se puede tensar la cuerda de forma que unos –los del norte- ganen mucho y otros –los del sur- lo pierdan todo; que existe otra forma de hacer política económica que tiene en cuenta no solo los números sino las personas; que la cooperación es mejor que el enfrentamiento al que nos están abocando. En definitiva, que los ciudadanos del sur de Europa no son seres abstractos sino personas que pierden su casa, su trabajo, que empiezan a tener dificultades para dar de comer a sus hijos. Y cuando se olvida esto, cuando se imponen los criterios materiales sobre los sociales, los riesgos de convulsión se elevan exponencialmente. Los alemanes solo tienen que repasar su historia para darse cuenta de adónde nos puede llevar esto.
Desde sus inicios la Economía se ha dividido en dos ramas antagónicas: las que la enfocaban una ciencia experimental –como la Física- y los que la consideraban, y consideramos, como una ciencia social. La diferencia no es nimia, porque da origen a dos concepciones metodológicas muy diferentes, donde el ser humano es tratado de forma absolutamente opuesta. Bajo la perspectiva experimental es posible obtener leyes universales de funcionamiento –similares a la de la gravedad- aplicables en cualquier circunstancia y a cualquier agente, independientemente de sus características; bajo la visión social no existen tales leyes, y deben ser considerados los efectos que las políticas económicas ejercen sobre las sociedades y los individuos.
La Sra Merkel, el Sr. Draghi y asociados son seguidores de la primera rama, la experimental. Para ellos las economías deben ajustarse. Punto. Y esto ha de hacerse por la vía de una política monetaria que controle la estabilidad de precios y una política presupuestaria restrictiva que reduzca los gastos e incremente los ingresos públicos. Esto independientemente de que genere pobreza, hambruna, sociedades cada vez más desesperadas y que tienen menos que perder, y un enfrentamiento norte-sur que cada vez va alejándose más de los componentes económicos y tomando tintes políticos.
Los economistas sociales creemos que estas políticas no son las correctas. Que no se puede tensar la cuerda de forma que unos –los del norte- ganen mucho y otros –los del sur- lo pierdan todo; que existe otra forma de hacer política económica que tiene en cuenta no solo los números sino las personas; que la cooperación es mejor que el enfrentamiento al que nos están abocando. En definitiva, que los ciudadanos del sur de Europa no son seres abstractos sino personas que pierden su casa, su trabajo, que empiezan a tener dificultades para dar de comer a sus hijos. Y cuando se olvida esto, cuando se imponen los criterios materiales sobre los sociales, los riesgos de convulsión se elevan exponencialmente. Los alemanes solo tienen que repasar su historia para darse cuenta de adónde nos puede llevar esto.
© José L. Calvo
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