El siguiente
chiste está extraído del libro de Dan Ariely Por qué mentimos: Un niño llega a
su casa con una nota del colegio “su hijo le ha robado un lápiz a un
compañero”. El padre le riñe diciendo “¿por qué has hecho eso? ¿No sabes que
robar está mal? Y además, si necesitabas un lápiz ¿por qué no lo has dicho?
¿Por qué no lo pides y ya está? Sabes que puedo traerte docenas de lápices de
la oficina”. Si usted no ha entendido el chiste es que es de mentalidad
europea mediterránea, mientras que si lo ha entendido a la primera
seguramente su mentalidad se ajusta más a la centroeuropea.
D. Ariely define el factor de tolerancia como
la
línea a partir de la cual ya no podemos sacar partido de la deshonestidad sin dañar
nuestra imagen. O dicho de otra manera, hasta dónde somos capaces de ser
deshonestos antes de considerarnos a nosotros mismos unos “chorizos”.
En la UE existen dos formas de entender el mundo condicionadas
por ese factor de tolerancia: los centroeuropeos son calvinistas,
defienden que toda acción debe tener sus consecuencias y por lo tanto que todo
“crimen” debe tener su castigo –y para ellos un crimen es cualquier
desviación de la norma, desde lo más obvio a no pagar una deuda o no ser
“serios”-. Así, su factor de tolerancia es muy bajo. Por el contrario los
países mediterráneos somos culturalmente católicos, aceptamos que
determinadas acciones puedan quedar sin castigo –como la corrupción o la
defraudación a la Hacienda pública-, que cualquier “pecado” puede ser perdonado con
tan solo arrepentirse y rezar un poco. Nuestro factor de tolerancia es
mucho más alto.
De hecho, en un país como el nuestro, absolutamente
inmerso en la cultura mediterránea, tendemos a dividir la sociedad en dos
grupos: los nuestros y los otros, los pobres –habitualmente nosotros- y
los ricos, los que sufrimos el acoso de las instituciones –sea el estado, los
políticos, los empresarios, etc.- y los que se aprovechan de ellas. Nuestra
tolerancia para “los nuestros” es muy alta –ladrones como Curro Jiménez
son héroes de la cultura popular-, sin darnos cuenta de que, como dice la nueva
campaña de Hacienda, cuando alguien roba nos roba a todos y lo
que ellos no pagan lo pagamos los demás.
Estas dos concepciones fueron capaces de sobrevivir al
mismo tiempo mientras la economía de la UE fue viento en popa desde su creación hasta 2008, pero se
han visto absolutamente confrontadas en la Gran Recesión. Por eso la
situación de Grecia es tan atípica: la mentalidad centroeuropea ha descubierto
que los griegos llevan años pecando,
disfrutando de unos privilegios a los que según ellos no tenían derecho. En
definitiva, para los centroeuropeos Grecia lleva años “toreando” a la UE y merece el consiguiente castigo, que
le han aplicado con toda la dureza de la que son capaces –su tolerancia es tan
baja como su piedad. Que se lo pregunten a
la niña palestina- . Desde la perspectiva de los griegos
ellos no han hecho más que lo que su factor de tolerancia les permite: si
había fondos europeos de los que poder obtener beneficios ¿por qué iban a
renunciar a ellos aunque tuviesen que “torcer” un poco la ley? Un
ejemplo, los “agricultores” griegos que obtuvieron más del 21.000 millones de
euros de la UE en el período 2007-2013; ¿por qué deben ser castigados por hacer
lo mismo que hacían antes de 2007 y a lo que nadie puso nunca ningún reparo?
España no es Grecia. Todos lo repetimos hasta la saciedad. Pero
el factor de tolerancia es bastante similar. Por eso mismo el Sr. Rajoy
debería cumplir con algunas de las promesas que le hizo a su “amiga” Merkel,
como la reforma de la Administración Pública o la liberalización del sector
energético. Y dejar de jugar con el déficit público en aras de obtener réditos electorales. El factor de
tolerancia cero de Centroeuropa juega en nuestra contra.
© José L.
Calvo, 2015
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