jueves, 1 de septiembre de 2016

Islandia. Una cuestión de equilibrio

Cuenta E. Beinhocker en el epílogo a su libro The Origin of Wealth  una leyenda Masai en la que uno de sus líderes soñó que una bandada de pájaros blancos devastaba sus tierras y que una serpiente gigante que desde el mar se adentraba en su territorio destruía a su pueblo. Los pájaros eran los hombres blancos y la serpiente el tren, y ambos reflejaban el progreso. Mantiene Beinhocker que es imprescindible un equilibrio entre el progreso -que aporta beneficios como la medicina, la educación o la mejora de la alimentación- con el mantenimiento de valores que han permitido sobrevivir a los seres humanos en armonía con la naturaleza durante siglos.
Un ejemplo de esta contradicción entre progreso/crecimiento económico y respeto del medio ambiente y las costumbres lo he experimentado este verano en Islandia. En un país con una población de 329.100 habitantes se calcula que este año la habremos visitado alrededor de 1,6 millones de turistas, un 29% más que el año anterior. Por poner un dato comparativo, es como si España recibiese más de 200 millones de turistas anuales.
Esta explosión de la demanda turística está provocando una nueva tragedia de los comunes: por un lado, los islandeses a título individual intentan rentabilizar al máximo sus oportunidades, destinando sus viviendas a alojamiento, edificando hoteles u ofreciendo excursiones de lujo en vehículos todoterreno que se adentran en espacios escasamente horadados incluso por los locales, y por otro la masificación y la aparición de turistas poco respetuosos con el medio ambiente puede provocar graves efectos paisajísticos y ecológicos en un país cuyo único atractivo es la naturaleza. El debate entre los que defienden el desarrollo económico y el aprovechamiento intensivo del turismo y los que desean mantener el status quo social y ecológico está muy vivo, y en él pesan mucho su amplia tradición de lucha por proteger la naturaleza y un nivel de vida que es uno de los más altos de Europa, con un PIB per cápita de $45.500 en 2015.
La Economía del Bien Común, la Teoría del Decrecimiento y el Slow Movement son tres buenos ejemplos de cómo enfrentarse a ese trade-off entre desarrollo/crecimiento económico y sostenibilidad social, económica y medio ambiental. El viejo axioma que ligaba crecimiento económico a mejora del bienestar de la sociedad se ha roto, como pone de manifiesto claramente la actual crisis económica que ha incrementado las desigualdades; no se trata tanto de crecer como de mejorar la distribución de lo ya existente -dentro de los países, pero también entre éstos y entre continentes, especialmente África-; de poner el acento no en el dinero sino en el ser humano y su dignidad; de crear solidaridad intergeneracional intentado dejar un mundo mejor a nuestros hijos y no esquilmarlo o de defender los productos locales y sostenibles alertando de los peligros de la explotación intensiva de la tierra. Solo bajo estos postulados será posible que haya bandadas de pájaros blancos que no devasten las tierras de los Masais sino que les ayuden a mejorar su bienestar respetando sus tradiciones o que podamos ir a Islandia a disfrutar de su naturaleza sin ponerla en peligro. En nuestras manos está.
© José L. Calvo, 2016

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