Acaba de salir
publicada la edición en español del último libro de Richard Thaler La Psicología Económica, una
malísima traducción del título original Misbehaving
que no solo demuestra que quien la eligió desconoce completamente lo que es la Economía del Comportamiento al reducirla
a mera Psicología aplicada a la Economía olvidándose de la labor de la
Sociología, la Filosofía o la Antropología en esta área, sino que además
elimina el toque irónico que Thaler quiere darle al título de su libro
comparando su mal comportamiento con
el bueno de la teoría económica
ortodoxa.
Pero no quiero
concentrarme en ese tema sino en uno de los múltiples ejemplos que Thaler
incluye en su libro para explicar cómo las predicciones de la teoría económica
basadas en el homo economicus (Econ lo llama él) tienden a producir graves
errores. Cuenta que estaba trabajando en su tesis doctoral el valor de una vida cuando se encontró
con un trabajo de T. Schelling titulado The Life You Save May Be Your Own
que incorpora el siguiente párrafo:
Si una niña de seis años y pelo castaño
necesitase miles de dólares para una operación que prolongase su vida hasta
Navidad, las oficinas de correos se colapsarían de donaciones de cinco y diez
céntimos para salvarla. Sin embargo, si se informa de que sin un impuesto
especial las instalaciones del hospital de Massachusetts se deteriorarán
provocando un incremento apenas perceptible de muertes evitables, pocos
derramarán lágrimas por ello o echarán mano a sus carteras”
A partir de ahí
T. Schelling desarrolla los conceptos de vida estadística y vida
identificada. La
vida estadística es un ente abstracto al que no podemos referenciar y
del que, de hecho, podemos
calcular su valor numérico. Por el contrario, una vida identificada tiene rostro y
es fácilmente reconocible. Lo relevante desde el punto de vista de la
teoría económica es lo que señala Thaler: en un mundo de Econs, la sociedad no pagaría
más por salvar una vida identificada que por veinte vidas estadísticas.
Sin embargo la
realidad contradice ese supuesto. Como bien dice Schiller, somos capaces de
donar dinero cuando identificamos a una persona real con problemas, pero no
cuando esa misma situación se distribuye entre un gran colectivo.
Y lo vemos todos
los días. Nos conmueven los refugiados cuando podemos identificarlos como en el
caso de Aylan Kurdi; pero cuando pasan a ser millones, cuando dejan de
tener rostro y ser una mera estadística entonces ya no estamos dispuestos a
sacrificar nuestro bienestar en su favor, cerramos nuestras fronteras e incluso
pagamos a un país totalitario para que las defienda y no permita la entrada de
cientos, de miles de Aylanes sin rostro; nos estremecemos ante el más de un
centenar de muertos en Niza pero no nos impresionan los miles de muertos de
Alepo. Son vidas estadísticas.
El
colmo es cuando somos capaces de sustituir seres humanos no identificados por
un animal perfectamente visible. Me impresiona cómo es posible que se
movilicen miles de personas para que no maten a un toro -una práctica con la
que no estoy de acuerdo, pero por la que no movería un dedo ni a favor ni en
contra. Si por mi fuera las corridas de toros se extinguirían por falta de
público, en estricta aplicación de las leyes del mercado- pero esos mismos
sujetos son incapaces de salir a la calle a reclamar los derechos de los
refugiados sirios, de los migrantes que mueren en el mar. De exigir al gobierno
y a los diferentes grupos políticos partidas presupuestarias propias y de
Europa para ayudarles. Y ya cuando esos mismos que defienden a los
animales abogan
por la muerte de aquellos que disienten me parecen, simplemente,
repugnantes.
© José L. Calvo, 2016
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