Contra todo
pronóstico -los analistas de los mercados deberían dedicarse a otra cosa: descontaron
ayer la victoria de Clinton como hace unos meses la
derrota del Brexit- Donald Trump ha vencido en las elecciones presidenciales
estadounidenses. Hay muchas razones para explicar esta victoria, pero me
gustaría concentrarme en dos factores: el papel que han jugado los
profesionales de la academia económica
y el futuro que esta elección supone para esta. Los argumentos que desarrollaré
a continuación son muy sencillos: por un lado, los más ortodoxos de la Teoría
Económica, la famosa Escuela de Chicago, han basado sus análisis económicos en
dos errores que, a pesar de la crisis, no han sabido resolver: la
racionalidad y la ingeniería macroeconómica. El Brexit
y la elección de Trump les han dado una patada a ambos. Esto supone la segunda
conclusión: la Teoría Económica, tanto la Micro como la Macroeconomía, van a sufrir
una auténtica revolución que derribará los pilares en los que se han asentado
durante el último siglo.
Como señalaba en
el párrafo anterior, dos ideas han sido básicas en el desarrollo de la Teoría
Económica durante el siglo XX y comienzos del XXI: desde una perspectiva Microeconómica
el individuo es racional, es decir, toma sus decisiones solamente teniendo en
cuenta su utilidad, sin considerar otros factores emocionales, psicológicos,
sociales…; desde el punto de vista de la Macroeconomía, la economía puede
aproximarse a través de un modelo matemático/ingenieril más o menos complejo, de
forma que cuando “algo se tuerce” solo es preciso tocar la tecla
correspondiente -realizar el ajuste de fine tuning- para que vuelva a su equilibrio. Modelos como la Teoría
de la Eficiencia de los Mercados están en esa línea. Y las políticas de
austeridad aplicadas en la UE son un excelente ejemplo de esas reglas
matemático/ingenieriles que guían la política económica.
Pero si
algo ha demostrado la elección de Trump, lo mismo que el Brexit e incluso el
referéndum de Colombia es que la economía está llena de personas. Lo
que no entienden los economistas ortodoxos es algo que cualquier economista del
comportamiento puede explicar. Los electores estadounidenses, como los
británicos, no han votado racionalmente sino con las tripas, han
hecho valer su venganza contra una clase política y académica absolutamente
distanciada de su realidad. El americano blanco del medio oeste, lo
mismo que el británico de mediana edad y bajo nivel cultural que vive en una
ciudad deprimida por la desindustrialización no ha visto las ventajas del libre
comercio, del crecimiento económico, de la liberalización de los mercados, de
los instrumentos financieros que distribuyen
el riesgo o la necesidad de preservar el medio ambiente para las
generaciones futuras. Lo que han visto es que ha perdido su
empleo, que su nivel de vida se ha reducido y que el futuro de sus hijos es
mucho peor que el pasado histórico de su país -la gran América o el Imperio
Británico-. Y han respondido a la oferta populista, seguramente irreal de que
aquellos días de bonanza podrían volver. Porque lo que perciben como
seguro es que Hillary Clinton lo mismo que la pertenencia del Reino Unido a la
UE era más de lo mismo. Los votantes americanos y británicos son fácilmente
reconocidos en la frase de Marat.
De la caducidad
de los modelos macroeconómicos es casi innecesario hablar. Existe toda una
corriente que deja claro que los modelos matemáticos/ingenieriles previos no
sirven para explicar el mundo real y, sobre todo, no han servido ni para
predecir la actual crisis ni para resolverla. Dos fantásticos ejemplos son el
artículo de Paul Romer The
Trouble with Macroeconomics y el de David Colander et al The
Financial Crisis and the Systematic Failure of Academic Economics .
Por
estos dos motivos, por la irracionalidad redescubierta y por la inefectividad
de los modelos macroeconómicos creo, como muchos otros, que la Teoría Económica
debe “reiniciarse”. Porque los supuestos sobre los que se ha basado en
el último siglo ya no son efectivos. Ahí hay un reto ingente pero muy
ilusionante. Quienes sean capaces de definir los nuevos paradigmas de la
Economía serán los que dirijan la sociedad del siglo XXI y orienten su camino
en una u otra dirección.
Y por eso mismo
tampoco tengo ningún temor a la vuelta del Reganomics
o el Thatcherismo. Trump es un ortodoxo, pero no es tonto.
Seguramente introducirá algunos componentes neoliberales como la reducción de
impuestos, pero los acompañará de subsidios y medidas proteccionistas,
antimercados, que permitan la subsistencia y mejora de la clase media rural
americana, su electorado. Si alguien piensa que D. Trump va a dar de
nuevo alas a la Escuela de Chicago está muy equivocado.
© José L. Calvo, 2016
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