Los costes
sumergidos (sunk cost) se definen como aquella inversión que realiza una
empresa para entrar en un determinado mercado y que es irrecuperable.
Este es un concepto muy amplio, pero que puede asimilarse en gran medida con lo
que a corto plazo denominamos Costes Fijos. Así por ejemplo, para un bar que
pone terraza en verano el coste sumergido sería la licencia que paga al
ayuntamiento y que es independiente de la climatología.
Para
la Economía ortodoxa los costes sumergidos no son ningún problema. De
hecho, el Mínimo de Explotación se define como aquél punto en que a la empresa le da igual producir que no hacerlo, ya
que tan solo cubre los costes variables, perdiendo los costes fijos.
Volvamos a nuestro ejemplo de la terraza y supongamos que al coste de la
licencia le sumamos el de los camareros que la atienden y que pueden ser
contratados por horas (coste variable): lo que dice la Teoría Económica ortodoxa
es que si los ingresos solo nos llegan para pagar a los camareros pero no para
pagar la licencia entonces nos da igual poner la terraza que no, ya que en
ambos casos perderemos ese pago al ayuntamiento; obviamente, si
los ingresos son inferiores a los del Mínimo de Explotación entonces es
preferible no poner la terraza. Perfectamente racional.
Pero ¿es esto lo
que se produce en la realidad? La Economía del Comportamiento nos descubre
que no es el caso. Dado que no somos tan racionales como nos creemos, muchas
veces insistimos en mantener nuestra terraza abierta, aunque no cubramos ni la
licencia ni parte de los salarios de los camareros. El motivo es muy
sencillo: ya hemos invertido en la licencia y hay que aprovecharla.
Y ahora viene el
ejemplo al que hago referencia en el título. La UNED fue creada hace más de 40
años en un mundo que en nada se parecía al actual. No existían
ordenadores, ni programas de gestión -por ponerles dos ejemplos mi tesis,
presentada a mediados de los ochenta, estaba ¡escrita con máquina de escribir!
Y la de mi hermana utilizaba ¡fichas perforadas!- Y la comunicación
profesor/alumno se realizaba vía teléfono o por correo postal. Las
plantillas fueron dimensionadas de acuerdo a ese mundo analógico: el
personal administrativo (PAS) era muy elevado dadas las múltiples gestiones que
había que realizar manualmente; mientras que el profesorado era relativamente
menor, ya que la iteración con los alumnos era escasa. Así, mientras que la
relación entre profesores y PAS en otras universidades es de 9 a 1, en la UNED
es de 1 a 1.
Pero llegó
la revolución de las TICs y todo cambió. Los ordenadores y los
programas informáticos permitieron que muchas de esas gestiones administrativas
se estandarizaran, reduciendo de manera muy significativa el número de personas
necesarias para realizarlas; por el contrario, la relación profesor/alumno
creció, primero con el correo electrónico y luego con los foros.
¿Se
ajustaron las plantillas al nuevo mundo digital como demandaría la más pura
ortodoxia económica? La respuesta claramente es no. Los
costes sumergidos asociados al PAS no solo no se han reducido, sino que no han permitido el aumento de la plantilla de profesorado necesaria. Eso es
lo que constata año tras año la Inspección General de la Administración del
Estado (IGAE), que en sus informes deja claro que la UNED supera el límite
presupuestario de gasto en personal de administración en cerca de 5 millones de
euros anuales. Se pueden imaginar de dónde salen.
La
otra gran irracionalidad económica de la UNED ligada a los costes sumergidos
está en su plataforma tecnológica para la relación profesor/alumno
-Alf-. Esta es una plataforma obsoleta, nada intuitiva y con una imagen muy
antigua frente a otras como Moodle o Blackboard mucho más modernas y fáciles de
manejar. Y sin embargo, año tras año en lugar de adoptar cualquiera
de las mencionadas se siguen enterrando miles de euros en una plataforma que no
dejará ni de estar obsoleta, ni mejorará su imagen ni se volverá, por arte de
magia, en más intuitiva. Puro efecto costes sumergidos en una
universidad con una Facultad de Económicas y cuyo penúltimo Rector -durante ocho
años- dice ser economista.
Y es que el
efecto costes sumergidos es muy poderoso. Afecta a grandes empresas -el avión Concorde del grupo franco-británico es
un clásico sobre cómo insistir en invertir en un proyecto que ya se sabía que
no iba a ser rentable-; a países -en la Guerra
de Vietnam EE.UU. siguió perdiendo hombres y dinero aun después de saber
que nunca la ganaría- e incluso a algunos de nosotros en nuestra vida diaria
-hay mucha gente que se obceca en un matrimonio acabado pero en el que ha
invertido mucho tiempo y amor como para dejarlo
ir-.
© José L. Calvo, 2016
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