lunes, 5 de agosto de 2013

Fútbol: la prepotencia de los ricos nunca tiene límite

Partamos de un principio: amo el deporte. Llevo veinticinco años practicando karate –Tercer Dan, de lo que estoy más orgulloso que de mi carrera docente e investigadora-, corredor de carreras populares y nadador ocasional. Adoro lo que supone de camaradería, de esfuerzo, de superación personal, de ponerte un límite y sobrepasarlo. Por eso mismo odio a los que hacen trampas y a los que lo convierten en un negocio, y sobre todo a los prepotentes. Por ello detesto al Real Madrid y al Barcelona.
No tengo nada contra el fútbol. Me encantan equipos como mi Atleti, el Betis, el Athletic de Bilbao, el Sporting de Gijón… equipos con seguidores que saben lo que es perder y ganar, que saben sufrir y disfrutar, que lo viven como una pasión. Y por eso mismo, como me ocurría en el colegio, estoy contra los abusones, contra los que desde la superioridad de su dinero maltratan al resto. Porque está claro, desde hace ya años que la Liga BBVA es una estupidez y se reduce a dos partidos: el Real Madrid/Barça y el Barça/Real Madrid. Al resto les han asignado el papel de comparsas.
Por si eso no bastaba para no tenerles ningún afecto por haber desvirtuado una competición deportiva, este verano su prepotencia ha superado todos los límites. Con seis millones de parados, con el grifo de la banca absolutamente cerrado para las empresas, con un país al límite –por mucho que diga Rajoy cuya credibilidad es menor que la del lobo de Caperucita disfrazado de abuelita- estos dos equipos se gastan millones en contratar a futbolistas que difícilmente son capaces de firmar su contrato –no hay más que ver la capacidad del mejor de todos ellos para anunciar pan de molde-.
Y mientras, como señala El Mundo en su edición de ayer, con lo que el Real Madrid va a pagar por la cláusula de Bale se podría salvar al CSIC, construir cuatro hospitales o más de 31 colegios públicos. Encima, con dinero prestado, es decir, con ese crédito que el gobierno es incapaz de hacer fluir.
Lo peor de todo ello es que muchos de esos parados, de los que en los próximos fines de semana saldrán a manifestarse por la educación y la salud pública o incluso algunos de los investigadores que reclaman que no se cierre el CSIC irán el próximo 18 de agosto a aplaudir al Bernabéu y el Camp Nou. Pan y Circo.
Si por mí fuera mandaría a las vacas de los proyectos del CSIC a pastar en sus estadios. 
© José L. Calvo, 2013

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