A estas alturas de la crisis parece innegable que los economistas estamos en entredicho. Desde mi perspectiva, cuatro son al menos las vías por la que la profesión de economista se ha convertido en una de las más denostadas de nuestra sociedad –tras los políticos-.
En primer lugar, el engreimiento. Mientras la Economía fue una ciencia social más que analizaba el comportamiento de los seres humanos y trataba de buscar soluciones a sus problemas nos comportábamos con humildad, siendo conscientes de que la capacidad de nuestras propuestas estaba muy condicionada por ese componente social, emocional, irracional si quieren, de los individuos y las sociedades. Éramos, como ya he dicho otras veces, una ciencia descriptiva que como mucho aspiraba a ser prescriptiva. Pero a partir de un determinado momento los economistas decidimos abandonar ese terreno social para autodefinirnos como una ciencia normativa, buscando leyes universales de funcionamiento de la Economía. Los individuos no importaban –eran agentes- y era posible obtener reglas aplicables en cualquier situación. La más importante –y por ello la que ha resultado más estúpida- la de que los mercados son la solución a todo.
La segunda motivación está directamente derivada de esta. Las reglas universales no han funcionado, y ni fuimos capaces de prevenir la crisis –como profesión que algunos sí lo hicieron- ni hemos aportado casi nada para salir de ella –y en muchos casos las aportaciones han sido para hacerla más profunda-. Porque desengañémonos, las políticas económicas que se han aplicado tienen más de sentido común que de rigor científico: que no se podía mantener el despilfarro de Grecia o España; que era básico controlar las finanzas públicas porque el estado es como una casa y no se puede gastar siempre más de lo que se gana; que había que pinchar la burbuja inmobiliaria porque no había gente para tanto piso… era algo que veía cualquiera, sin ser necesarios años de estudio ni grandes modelos teóricos y econométricos. Y de hecho, la lógica también se impone cuando se afirma que no es posible seguir “ad infinitum” con políticas estrictas de ajuste si no se desea llegar a una recesión mundial –por eso Obama le ha dicho al políglota Rajoy que muy bien los ajustes y su liderazgo pero que lo importante es crear empleo, porque si no hay quien compre no sé quién va a vender-.
En tercer lugar un artículo publicado en El Confidencial por Daniel Mediavilla pone el dedo en una llaga que lleva mucho tiempo abierta: la falta de rigor de muchas de las investigaciones científicas en Economía. Para no extenderme lo que el artículo refleja es que en numerosas investigaciones las conclusiones se ven refrendadas por los datos que usa el investigador pero refutadas por otros –lo que en la profesión llamamos pinchar los datos, y de lo que sabía mucho Milton Friedman-, por lo que este, presionado por publicar, opta por ocultar los datos. Y al mismo tiempo, se produce lo que se denomina sesgo de confirmación, en el sentido de que las revistas científicas tienden a publicar lo que va a favor de corriente y a rechazar todo lo que critica el estatus quo establecido.
Finalmente, y lo que para mí es más doloroso, la profesión de economista está justificando lo injustificable y “barriendo” a favor del más fuerte. Cuando yo comencé a estudiar Economía mi objetivo era mejorar la sociedad, aprender y construir con el fin de que aumentase el bienestar de todos y cada uno de los ciudadanos. Pero siento que hemos traicionado ese objetivo. Que nos hemos aliado con el poder y –como profesión- justificamos sus actuaciones, la gran mayoría de las cuales van detrimento de ese objetivo de mejora del bienestar colectivo. Porque hasta ahora ningún colega ha conseguido explicarme por qué ha sido necesario perder 12.000 millones de euros de todos los españoles en Catalunya Caixa o 15.000 en la CAM, por poner los ejemplos más cercanos en el tiempo, pero no hemos podido gastar 1.000 millones en salvar Fagor o debemos dejar en la calle a muchos ciudadanos honrados que no pueden pagar su hipoteca y en la indigencia a otros que han perdido su empleo. ¿Cómo es posible que estemos justificando que bajen los salarios, que aumenten los beneficios, que los bancos vuelvan a números negros mientras una parte importante de la sociedad española está en números rojos y tiene una perspectiva futura muy negativa?.
Yo, como economista, siento vergüenza de esta profesión. Mucho tendremos que cambiar para que la sociedad vuelva a confiar en nosotros.
En primer lugar, el engreimiento. Mientras la Economía fue una ciencia social más que analizaba el comportamiento de los seres humanos y trataba de buscar soluciones a sus problemas nos comportábamos con humildad, siendo conscientes de que la capacidad de nuestras propuestas estaba muy condicionada por ese componente social, emocional, irracional si quieren, de los individuos y las sociedades. Éramos, como ya he dicho otras veces, una ciencia descriptiva que como mucho aspiraba a ser prescriptiva. Pero a partir de un determinado momento los economistas decidimos abandonar ese terreno social para autodefinirnos como una ciencia normativa, buscando leyes universales de funcionamiento de la Economía. Los individuos no importaban –eran agentes- y era posible obtener reglas aplicables en cualquier situación. La más importante –y por ello la que ha resultado más estúpida- la de que los mercados son la solución a todo.
La segunda motivación está directamente derivada de esta. Las reglas universales no han funcionado, y ni fuimos capaces de prevenir la crisis –como profesión que algunos sí lo hicieron- ni hemos aportado casi nada para salir de ella –y en muchos casos las aportaciones han sido para hacerla más profunda-. Porque desengañémonos, las políticas económicas que se han aplicado tienen más de sentido común que de rigor científico: que no se podía mantener el despilfarro de Grecia o España; que era básico controlar las finanzas públicas porque el estado es como una casa y no se puede gastar siempre más de lo que se gana; que había que pinchar la burbuja inmobiliaria porque no había gente para tanto piso… era algo que veía cualquiera, sin ser necesarios años de estudio ni grandes modelos teóricos y econométricos. Y de hecho, la lógica también se impone cuando se afirma que no es posible seguir “ad infinitum” con políticas estrictas de ajuste si no se desea llegar a una recesión mundial –por eso Obama le ha dicho al políglota Rajoy que muy bien los ajustes y su liderazgo pero que lo importante es crear empleo, porque si no hay quien compre no sé quién va a vender-.
En tercer lugar un artículo publicado en El Confidencial por Daniel Mediavilla pone el dedo en una llaga que lleva mucho tiempo abierta: la falta de rigor de muchas de las investigaciones científicas en Economía. Para no extenderme lo que el artículo refleja es que en numerosas investigaciones las conclusiones se ven refrendadas por los datos que usa el investigador pero refutadas por otros –lo que en la profesión llamamos pinchar los datos, y de lo que sabía mucho Milton Friedman-, por lo que este, presionado por publicar, opta por ocultar los datos. Y al mismo tiempo, se produce lo que se denomina sesgo de confirmación, en el sentido de que las revistas científicas tienden a publicar lo que va a favor de corriente y a rechazar todo lo que critica el estatus quo establecido.
Finalmente, y lo que para mí es más doloroso, la profesión de economista está justificando lo injustificable y “barriendo” a favor del más fuerte. Cuando yo comencé a estudiar Economía mi objetivo era mejorar la sociedad, aprender y construir con el fin de que aumentase el bienestar de todos y cada uno de los ciudadanos. Pero siento que hemos traicionado ese objetivo. Que nos hemos aliado con el poder y –como profesión- justificamos sus actuaciones, la gran mayoría de las cuales van detrimento de ese objetivo de mejora del bienestar colectivo. Porque hasta ahora ningún colega ha conseguido explicarme por qué ha sido necesario perder 12.000 millones de euros de todos los españoles en Catalunya Caixa o 15.000 en la CAM, por poner los ejemplos más cercanos en el tiempo, pero no hemos podido gastar 1.000 millones en salvar Fagor o debemos dejar en la calle a muchos ciudadanos honrados que no pueden pagar su hipoteca y en la indigencia a otros que han perdido su empleo. ¿Cómo es posible que estemos justificando que bajen los salarios, que aumenten los beneficios, que los bancos vuelvan a números negros mientras una parte importante de la sociedad española está en números rojos y tiene una perspectiva futura muy negativa?.
Yo, como economista, siento vergüenza de esta profesión. Mucho tendremos que cambiar para que la sociedad vuelva a confiar en nosotros.
© José L. Calvo
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