Este verano he disfrutado de las vacaciones en Francia, donde, además de la magnífica cultura, la amabilidad y la simpatía de los franceses destaca su profundo amor por su país. Lo que aquí denominamos despectivamente como chauvinismo pero que para mí es justo lo contrario. Cualquier francés, ya sea bretón o normando, del norte o del sur, es un enamorado de Francia, de los principios que encarna su bandera, de su grandeur y se siente orgulloso de las hazañas de sus compatriotas –la portada de los periódicos cuando ganaron el relevo en natación los bleus era dignas de enmarcar-.
Vuelve uno a España y descubre que nada ha cambiado, que seguimos embarrancados en los mismos problemas: la corrupción que nadie ataja, la casta tratando de desprestigiar de todas las formas posibles a Podemos… y el debate soberanista. Sobre este último un pequeño comentario.
Partamos de un hecho: soy español y me siento orgulloso de serlo. Me gusta mi bandera y querría poder cantar la letra de mi himno como hace el resto del mundo. Por eso mismo estoy a favor de la independencia de Catalunya. Tres son mis argumentos:
1. Es imposible hacer una campaña de marketing peor para defender la independencia que la que han hecho los catalanes en España. Partiendo del España me roba –parece que ahora quien les roba es su realeza, como a todos- sus argumentos se han basado en que si Catalunya se encuentra en la actual situación se debe única y exclusivamente al resto de los españoles; que si no fuese por nosotros serían el motor económico de Europa. Si a eso añadimos que todos los españoles ilustres son catalanes –desde Colón a Miguel de Cervantes pasando por Teresa de Jesús- la cuestión no es el derecho a decidir de los catalanes, sino que muchos españoles ya hemos decidido que no queremos compartir estado con quien nos denigra.
2. La situación España/Catalunya la explica muy bien la Economía del Comportamiento al hablar de los costes sumergidos que condicionan las decisiones y la necesidad de eliminarlos: es cierto que hemos invertido mucho –las dos partes- en este matrimonio; pero está roto y no tiene solución. Por mucho más que se quiera invertir ya no se va a arreglar, así que lo óptimo es divorciarse en los mejores términos posibles, repartir los bienes y aquí paz y después gloria. Dos países que podrán tener una relaciones de vecindad normales.
3. La independencia de Catalunya solo puede mejorar la marca España. No solo por la imagen de división civilizada que podemos dar, sino que desde la izquierda ya será posible obviar lo políticamente correcto y podremos tener un himno, una bandera –es sorprendente cómo ha despertado el republicanismo entre nuestros políticos de pseudoizquierda después de 35 años en el pesebre monárquico- e incluso podremos ser españoles y españolistas sin que sea considerado un insulto. Desarrollaremos campañas de la marca España sin complejos. Porque como se señalaba en un artículo de este verano en El Confidencial, ha habido en España nacionalismos de primera y de segunda: ser nacionalista catalán, vasco o gallego estaba bien visto; ser nacionalista español era terrible.
Tres motivos por los que si pudiera votar en el referéndum catalán diría SI/SI. Porque soy un independentista español de izquierdas. Y si no por favor que alguien me diga cómo me puedo nacionalizar francés.
Vuelve uno a España y descubre que nada ha cambiado, que seguimos embarrancados en los mismos problemas: la corrupción que nadie ataja, la casta tratando de desprestigiar de todas las formas posibles a Podemos… y el debate soberanista. Sobre este último un pequeño comentario.
Partamos de un hecho: soy español y me siento orgulloso de serlo. Me gusta mi bandera y querría poder cantar la letra de mi himno como hace el resto del mundo. Por eso mismo estoy a favor de la independencia de Catalunya. Tres son mis argumentos:
1. Es imposible hacer una campaña de marketing peor para defender la independencia que la que han hecho los catalanes en España. Partiendo del España me roba –parece que ahora quien les roba es su realeza, como a todos- sus argumentos se han basado en que si Catalunya se encuentra en la actual situación se debe única y exclusivamente al resto de los españoles; que si no fuese por nosotros serían el motor económico de Europa. Si a eso añadimos que todos los españoles ilustres son catalanes –desde Colón a Miguel de Cervantes pasando por Teresa de Jesús- la cuestión no es el derecho a decidir de los catalanes, sino que muchos españoles ya hemos decidido que no queremos compartir estado con quien nos denigra.
2. La situación España/Catalunya la explica muy bien la Economía del Comportamiento al hablar de los costes sumergidos que condicionan las decisiones y la necesidad de eliminarlos: es cierto que hemos invertido mucho –las dos partes- en este matrimonio; pero está roto y no tiene solución. Por mucho más que se quiera invertir ya no se va a arreglar, así que lo óptimo es divorciarse en los mejores términos posibles, repartir los bienes y aquí paz y después gloria. Dos países que podrán tener una relaciones de vecindad normales.
3. La independencia de Catalunya solo puede mejorar la marca España. No solo por la imagen de división civilizada que podemos dar, sino que desde la izquierda ya será posible obviar lo políticamente correcto y podremos tener un himno, una bandera –es sorprendente cómo ha despertado el republicanismo entre nuestros políticos de pseudoizquierda después de 35 años en el pesebre monárquico- e incluso podremos ser españoles y españolistas sin que sea considerado un insulto. Desarrollaremos campañas de la marca España sin complejos. Porque como se señalaba en un artículo de este verano en El Confidencial, ha habido en España nacionalismos de primera y de segunda: ser nacionalista catalán, vasco o gallego estaba bien visto; ser nacionalista español era terrible.
Tres motivos por los que si pudiera votar en el referéndum catalán diría SI/SI. Porque soy un independentista español de izquierdas. Y si no por favor que alguien me diga cómo me puedo nacionalizar francés.
© José L. Calvo
No hay comentarios:
Publicar un comentario