miércoles, 14 de enero de 2015

La analogía de los buenos jugadores de billar y las reformas de la UE. Cuando la lógica es cosa de idiotas.

Leyendo el magnífico libro de Morris Altman Behavioral Economics for Dummies (2012) he recuperado uno de los debates más ilustrativos de hasta dónde puede llegar la estulticia de los economistas aplicando la racionalidad, y su traslación a las reformas y recortes que obligados por los racionales políticos y economistas centroeuropeos están haciendo los gobiernos de sus lacayos en los PIGS. 
Les pongo en antecedentes. Los economistas discutimos sobre la validez de los supuestos que simplifican la realidad y de los modelos de ellos derivados. Existen dos posturas encontradas: los seguidores de la corriente más ortodoxa, encabezados por Milton Friedman (1912 – 2006), que mantienen que los supuestos que hagamos sobre el comportamiento de los agentes son irrelevantes siempre que nos lleven a predicciones correctas; y los miembros del Behavioral Economics, que defienden que no solo son relevantes las predicciones, sino que los supuestos deben ser también realistas.
Para defender su postura Friedman emplea el ejemplo de los buenos jugadores billar, de aquellos que hacen tiradas perfectas y llegan a ser campeones. Según este autor podemos predecir tiros perfectos suponiendo que esos jugadores son unos matemáticos expertos que aplican sus conocimientos para realizar esas tacadas. Friedman admite que el supuesto es absolutamente irreal, pero predice los buenos tiros perfectamente. Por lo tanto, suponer que los buenos jugadores de billar son expertos matemáticos es un buen supuesto porque genera una buena teoría sobre las tacadas óptimas –por esa misma regla de tres podemos suponer que Cristiano Ronaldo y Messi son otros dos genios de las matemáticas (sic)-. 
Lo importante de esto no es el juego intelectual. Lo realmente relevante son las consecuencias de política económica que de ello se derivan. Porque según esta teoría lo único que habría que hacer para “fabricar” campeones de billar sería seleccionar aquellos con mayor habilidad matemática. La realidad parece ir por otro camino: ser un buen jugador es fruto de tener ojo, ser hábil embocando las bolas y muchísima práctica. 
Vayamos ahora a otra realidad, la de la crisis europea. Los políticos y economistas centroeuropeos, seguidores a pies juntillas de Friedman, han sostenido la necesidad de un ajuste en los países del sur de Europa que habían vivido por encima de sus posibilidades. Según su versión del juego del billar lo importante son unos indicadores macroeconómicos correctos y fundamentalmente reducir el déficit público, independientemente de cómo se logre, de qué supuestos haya que hacer. Manda huevos que decía el Sr. Trillo, porque admitir como supuesto que los mercados financieros han actuado eficientemente, que existe competencia (que se lo pregunten a nuestro oligopolio energético) o que los agentes –entre ellos y muy especialmente los gobiernos- actúan independientemente del entorno y de las presiones exteriores –el caso de Grecia es un “buen ejemplo” de este supuesto- es intentar hacernos comulgar con unas ruedas de molino del tamaño de Cuenca. 
Para ellos, como para los gobiernos socialista-populares españoles que nos han regido en la crisis, son irrelevantes los efectos sobre los particulares y la destrucción de empleo, la práctica desaparición de la financiación de las pymes y la destrucción del estado del bienestar. Son daños colaterales de la aplicación del modelo, agentes económicos sin identidad individual. Lo importante, como digo, son los datos macro, poder decir que tenemos un crecimiento por encima de la media europea, que hemos salidos (¿quiénes?) de la crisis. ¿Y luego les extraña que Podemos arrase en las encuestas? Es el único que se dirige a nosotros como personas y no como números de una estadística.
La Economía no es más que una ciencia social, no es la Física o las Matemáticas. Aquí la veracidad de los supuestos es esencial. Sobre todo porque afectan a personas que tienen nombre y apellidos. Obviar eso es convertir nuestra pseudociencia en irrelevante, justificando lo injustificable.

© José L. Calvo, 2015  

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