En las últimas
semanas estamos comprobando cómo el gobierno del PP ha decidido reducir las
prestaciones sanitarias tanto de los enfermos de hepatitis C –que están realizando un encierro- como de los funcionarios, disminuyendo el presupuesto dedicado a MUFACE y eliminando o restringiendo algunas especialidades,
especialmente las oncológicas. Si a eso añadimos las fuertes campañas publicitarias
de las empresas de seguros sanitarios en la televisión –ASISA, Adeslas, DKV,
etc.- y la privatización de la gestión de hospitales públicos en algunas Comunidades
Autónomas, se constata que el gobierno ha decidido crear un nuevo nicho
de mercado en el sector sanitario. Está optando claramente por privatizar
la salud.
Como sabrán los
que siguen estos posts, he defendido muchas veces que la sanidad pública no es gratuita,
que tiene costes –hospitales, médicos, tratamientos, medicinas, etc.-, y que es
preciso definir claramente de dónde deben surgir los recursos para su
financiación. Pero ello no obsta para que haya una pregunta mucho más
de fondo: ¿debe llegar la aplicación de criterios económicos hasta convertir la
salud de los españoles en un negocio? ¿Tenemos ética los economistas o guiados
por nuestro análisis coste/beneficio debemos poner en la balanza todos y cada
uno de los aspectos de nuestra vida cotidiana? ¿Somos los economistas seres
humanos?
Ricardo F.
Crespo señala en la página 19 de su libro Filosofía de la Economía que “…Cuando
la economía se emancipa de la moral y se transforma en una técnica de
maximización tiende a imponer este parámetro (el de la maximización) a
la misma técnica;…se reemplaza una moral del bien por otra moral del resultado.
Lo técnicamente posible con su mayor rendimiento pasa a ser moralmente
exigible. La economía deviene la nueva moral”.
Citando a otro filósofo
español, Alfredo Cruz Pardos en Filosofía Política, p. 112 señala que “…la economía real, la que es
actividad efectiva y concreta, es siempre la economía de una comunidad humana,
de una forma de vida o ethos común, y se ordena al mantenimiento y perfección
de tal comunidad, es decir, al bien común de ésta”.
Los
economistas “nos lo deberíamos hacer mirar”. Hemos abandonado al individuo por
la técnica; anteponemos criterios monetarios y de optimización al bienestar de
las personas. En el caso concreto español hemos gastado más de 100.000
millones de euros en salvar parte de un sistema financiero cuya justificación
todavía está por darse y los gobiernos –tanto del PSOE como del PP- han sido
incapaces de poner ni un euro para evitar que gente honrada se quede en la
calle y sea desalojada por los mismos usureros -ver la definición del DRAE- a los que hemos dado el dinero a
fondo perdido; o condenamos a muerte a enfermos aduciendo que no tenemos suficientes
recursos –pero sí para mantener 17 gobiernos y parlamentos autonómicos más el
Congreso y el Senado, más de 8.000 alcaldías, diputaciones, cabildos, etc. con
sus asesores; para crear un sistema donde los Bárcenas, Pujol, Chaves… se
mueven a sus anchas; para hacer autopistas que no llevan a ningún lado o
tranvías en ciudades que nunca los necesitaron-.
Aprovechando la
nueva “oferta” de grados del Sr. Wert yo propongo que en las Facultades de CC.
Económicas y Empresariales se implanten dos asignaturas obligatorias: la Filosofía
de la Economía y la Historia del Pensamiento Económico. Porque sin leer
a Adam Smith, a Ricardo o a Marx, basándonos solo en los postulados
metodológicos de Milton Friedman, los economistas hemos perdido nuestra humanidad.
Como dice un buen amigo, “lo importante es la pregunta”. Y hace mucho tiempo
que los economistas no nos preguntamos ¿a quién y para qué servimos?
© José L. Calvo, 2015
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