Para la economía ortodoxa lo que pasa dentro de
una empresa es una auténtica caja negra de la que no se sabe ni se quiere saber cómo funciona. Sus supuestos de
funcionamiento son sencillos: se elige la tecnología más eficiente,
es decir, aquella combinación de factores –en el formato más simple capital y
trabajo- que minimiza los costes; todos se esfuerzan al máximo,
propietarios, directivos y trabajadores, ya que como se acaba de decir el
objetivo es minimizar los costes y si alguno no fuese eficiente sería
sustituido por otra tecnología en que se utilizase menos o no se utilizase, y los
factores productivos son retribuidos según su productividad –en el caso
del salario este es igual a la productividad marginal del factor trabajo-,
siendo esta un elemento tecnológico. Es decir, la productividad viene fijada
única y exclusivamente por la función de producción.
Una de las críticas fundamentales que hace el Behavioral Economics a este
planteamiento es algo que a todas luces parece de lo más realista: la
productividad no solo está influida por factores tecnológicos, sino que también
depende de los salarios. De hecho, el supuesto que en este caso es que
la productividad depende positivamente del salario. Esto quiere decir que los
trabajadores ajustan su esfuerzo –su productividad- en función de cómo son
pagados, consecuentemente, de cómo son tratados: si un trabajador
considera que su salario no compensa el esfuerzo que está haciendo en beneficio
de la empresa entonces reduce éste, lo que supone una disminución de su
productividad y un aumento de los costes. Dicho en román paladin, los empresarios que ofrecen salarios
considerados injustos por sus trabajadores, o relaciones laborales que no son razonables
y equitativas están haciendo “un pan con unas hostias”.
¿Qué está pasando en España? Pues que parece que nuestros
dirigentes políticos y económicos solo han estudiado economía convencional y se
han olvidado del sentido común. Para ellos lo que hay que hacer es
reducir los salarios, precarizar el empleo –con contratos temporales y
parciales-, dejar a los desempleados sin cobertura… eso mina la moral de las
fuerza del trabajo de nuestro país y sobre todo nos empuja al modelo
de enfrentamiento empresarios/trabajadores –lo que durante el siglo XX se denominó lucha de clases- donde los
empresarios tratan de minimizar lo que pagan y los trabajadores, en
contraprestación, lo que trabajan. Resultado: baja productividad y disminución
de la competitividad a medio y largo plazo.
Para que no crean que todo esto es teórico les
pongo mi propio ejemplo y el de algunos de mis compañeros de universidad: después
de años con el sueldo congelado –tras una bajada previa-, con un incremento
continuado de la carga de trabajo –las plazas de los que se jubilan se
amortizan y cada día se inventan grados nuevos-, con una burocratización
rampante que consume la gran mayoría de nuestro tiempo y una investigación que
ha pasado de ser una vocación –la universidad siempre fue vocacional, nuestro objetivo
era aportar conocimientos y soluciones a nuestra sociedad- a un trabajo en el
que solo se puede progresar siendo fieles seguidores de los criterios impuestos
por la mayoría de la academia –llamémoslo
ANECA-, ya que en caso contrario no te publican y no obtienes la certificación,
muchos de nosotros hemos optado por la solución del Behavioral Economics: adaptar nuestro esfuerzo. Hoy es
fácil observar el desánimo y la falta de interés de una parte importante de los
profesores universitarios, especialmente entre aquellos que, como dice
un compañero, ya estamos en la escalerilla del parchís, cercanos al final del
juego –la jubilación-.
Ya lo dice Javier Mora de quien he tomado prestada
la frase –gracias-: si nos pagan en cacahuetes solo podrán tener monos. Si nos
tratan de tan mala manera, si los empresarios y gerentes públicos solo
piensan en reducir costes a costa de nuestros salarios y de empeorar las
condiciones laborales obtendrán lo que se merecen: la ley del mínimo esfuerzo.
Así no gana nadie y pierde el país, pero estamos cansados de perder siempre nosotros.
© José L.
Calvo, 2015
Mucho por hacer y mucho que cambiar en la sociedad Lo comparto en la redes sociales, como constancia de la cruda realidad que tienen que padecer los trabajadores en nuestro país.¡Salud!
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