“Por cada persona inteligente que se molesta en
crear un esquema de incentivos, existe un ejército de gente, inteligente o no,
que inevitablemente invertirá incluso más tiempo en burlarlos”
Freakonomics, página 34
Una de las características de nuestro país es que cada cierto
tiempo aparece un salvapatrias con una idea que revoluciona algún sector. En
las últimas semanas le ha tocado a la Enseñanza y el artífice de su revolución es el Dr.
José Antonio Marina, pedagogo y filósofo, que ha propuesto introducir
incentivos económicos para diferenciar a los buenos profesores de
los malos. Pero como ocurre casi siempre, cuando uno habla de lo que no sabe suele
meter la pata, y mucho.
Los incentivos son a los economistas como el cortar a los
cirujanos. Son nuestra herramienta de trabajo
más importante. Por eso los analizamos y cuidamos con tanto mimo. Y por ello sabemos que su mala utilización puede dar
origen a graves problemas. Analicemos la propuesta del profesor Marina.
En primer lugar el Dr. Marina debería diferenciar enseñanza y
educación. La misión de los profesores es enseñar, no educar –como dice mi
chica, educados tienen que venir de casa-. Enseñar es transmitir conocimientos y
técnicas para mejorar las capacidades; educar es, como dice la RAE
en
su segunda acepción, “desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y
morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos”.
Para que se entienda, los profesores de contabilidad enseñan las técnicas
contables, cómo anotar en el debe y el haber; cómo las aplican el Sr. Bárcenas
y los otros tesoreros del PP depende de su educación.
En segundo lugar, como señalan Dubner y Levitt en su libro Freakonomics, existen tres tipos de incentivos: económicos,
sociales y morales. Para que quede claro nuevamente, no robamos porque
consideramos que es moralmente detestable; porque si nos descubren
incurriríamos en el desprecio y aislamiento social y, finalmente, porque lo
menos que nos puede pasar es que nos multen. Por eso mismo, cuando se diseña un sistema de
incentivos hay que tener en cuenta los tres, y no tan solo los económicos.
Recomiendo al profesor Medina una lectura detallada del capítulo ¿qué
tienen en común un maestro de escuela y un luchador de sumo? para que constate
cómo una mala definición de los incentivos económicos puede llevar a resultados
inversos a los deseados –los ejemplos de los padres de una guardería de Israel,
de los luchadores de sumo y de la red de Escuelas Públicas de Chicago (CPS) son
magníficos-.
De hecho el caso del CPS es justamente un ejemplo de lo que
propone el pedagogo Marina. En esa ciudad se estableció un sistema de
incentivos económicos para los profesores –que llegaban a los $25.000 anuales
en caso de ser favorables y al despido si eran desfavorables- en función de las
notas de sus alumnos en los exámenes estatales anuales estandarizados de
escuelas de primaria y secundaria. El resultado puede comprobarse en el
capítulo citado: los incentivos fueron eliminados al demostrarse que 1 de cada 3 profesores
engañaban para que las notas fueran muy superiores a las que realmente obtenían.
Algo que no debería extrañarnos en la Universidad dada las redes que se crean para
citarse entre autores de artículos académicos con el fin de obtener
reconocimiento y sexenios de la ANECA –este no es un fenómeno solo de
España, ya ha sido denunciado por numerosos profesores estadounidense, por
ejemplo-.
Finalmente, y como no creo que deba hacerse una crítica sin
realizar una propuesta, ahí va la mía, apoyada en los tres tipos de incentivos.
Lo primero, lo más fundamental, es dignificar la profesión de docente.
Y para eso hay que reconocerle su papel fundamental en la sociedad como portadores de conocimientos
y ser tratados con respeto, especialmente por los padres que deben
asumir su función de educadores y no descargarla sobre los profesores. Y desde
luego no ayudan mentiras
como las que publican algunos periódicos
sensacionalistas. A continuación es también muy importante dar un
incentivo moral, haciendo que se sientan honrados y felices de realizar su
labor –que en la gran mayoría de los casos es vocacional-. Mis compañeros que
eligieron el banco ya están jubilados y cobraban mucho más que yo. Es preciso fomentar
la creatividad y reducir la burocracia; abolir esa división
cada día más acusada entre los que se consideran directivos y los obreros de mono azul en que nos están tratando de
convertir. Finalmente, y solo tras
esos incentivos sociales y morales, podría discutirse la utilización de
incentivos económicos.
Le queda mucho camino por andar, profesor Marina, para menos de un
mes de legislatura.
© José L. Calvo, 2015
Buenos días Sr. profesor:
ResponderEliminarSiempre es un placer leer sus reflexiones.
En relación a la propuesta que hace D. José Antonio Marina, es decir, tomando su mismo esquema lógico, he pensado que se podría reclamar al alumnado la devolución de la ayuda mal o no empleada.
Me explico: la enseñanza en España es obligatoria y gratuita desde los 6 a los 16 años. Y cada discente cuesta al erario público unos 5000 euritos (redondeando). Si un alumno normal, en condiciones normales, obtiene un 10 de nota media, su curso escolar le saldría gratis. Si tuviera una nota media de 9, pagaría 500 euros; si un 8, 1000,...
Dejando de lado la cuestión de aquellos que parten de situaciones de inferioridad (se soluciona poniendo más recursos; al menos la parte que es responsabilidad pública).
¿Cree usted posible que una medida así tuviera un efecto positivo en la mejora del rendimiento escolar medio, en los indicadores nacionales e internacionales de calidad educativa, o este tipo de incentivos tendría un efecto negativo?
Saludos Sr. profesor y gracias otra vez.