Desde la más pura ortodoxia económica lo
mejor que puede suceder en un mercado es la competencia perfecta.
Para aquellos que no recuerden sus características, la más importante es que
hay un gran número de empresas que no pueden influir en el precio ya que ninguna
tiene una demanda propia. Eso permite que compitan entre ellas para
ofrecer la mayor/mejor cantidad/calidad del producto al menor precio. Todo esto
redunda
en beneficio de los consumidores, que incrementan su bienestar en
relación a otro tipo de mercados como el monopolio o el oligopolio.
Esta es la doctrina que defienden los
ultraliberales, los
defensores a ultranza de los mercados, los que consideran que estos se
autorregulan y es innecesaria la intervención del estado. Milton Friedman fue
su adalid y la Escuela de Chicago su Camelot.
Y lo que
en España defiende la rama más a la derecha del PP, los según ellos liberales.
Por eso sorprende tanto verles lamentarse por los
resultados del 20D. Las elecciones del domingo han introducido, por primera vez en la
historia de la democracia española, competencia en el mercado político.
No es competencia perfecta, pero es un oligopolio a cuatro complementado con
pequeñas formaciones que tendrán gran influencia. Si es lo que los teóricos de
la economía más liberales han defendido siempre para el mercado laboral,
financiero, etc. ¿por qué no para el político?
¿Cuál debería ser el resultado de esta nueva
situación? Por lo menos dos mejoras que todo mercado desea: en
primer lugar se impone la negociación. A partir de ahora se abre un nuevo
camino no explorado en nuestro país, donde los partidos tendrán que hablar, dialogar y
llegar a acuerdos. Ya no podrá haber una nueva ley de educación,
energía, etc. cada vez que uno de los dos grandes
llegue al poder. Deberá haber leyes de y para todos los españoles,
de consenso, como se hizo en los inicios de nuestra democracia –esa Transición
que ahora recupera Pablo
Iglesias pero sin pedir perdón a los que ofendió-; en segundo lugar, y en
la más pura tradición de la Teoría Económica, el poder pasa de los partidos a
los votantes. Van a ser los ciudadanos los que
van a imponer su criterio y no los partidos con ese voto que se ha demostrado
que es altamente volátil desde la derecha a la izquierda. Se acabó hacer
promesas sabiendo que luego no se van a cumplir. Cada propuesta electoral no
cumplida, cualquier acción que el electorado considere inapropiada supondrá un
durísimo castigo en las urnas e, incluso, la desaparición del espectro político
–que se lo pregunten a UPYD o Izquierda Unida-.
Un último dato importante que se puede extraer del
20D: se
ha producido un cambio generacional. La generación de la Transición,
los que vivimos como jóvenes revolucionarios los últimos años del franquismo y
los primeros de la democracia estamos o bien jubilados o bien próximos a ella.
Si eso pasa en la vida laboral, es hora de que suceda también en la política. Ha
llegado la hora de dejar paso a los jóvenes, a los menores de 50, para que
diseñen su propio futuro. Nosotros podemos
ayudar con nuestras ideas y experiencia, debemos
estar ahí para defender nuestros principios e ideología, pero el
futuro no es nuestro, es de ellos. Por eso, adiós Sr Rajoy, váyase Sr.
González. Bienvenidos Sra. Saénz de Santamaría, Sr. Iglesias o Sr. Rivera.
Esperemos que ustedes, que ya nacieron en democracia, sean más dialogantes que
sus predecesores políticos.
© José L.
Calvo, 2015
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