Hubo una
ministra del PP que en sus años jóvenes militaba en un partido de extrema
izquierda a la que le preguntaron cómo era posible que se hubiese producido un
cambio tan radical en su posición ideológica. La respuesta, sin inmutarse, fue:
“yo no me he movido; lo que se ha movido es el país”.
Me acordaba de
esta anécdota ayer cuando Pablo Iglesias salió a explicar el fracaso de Unidos
Podemos, que no había conseguido adelantar
ni en votos ni en escaños al PSOE y que ha perdido más de 1 millón de votos en
6 meses: ni la más mínima autocrítica, ni el menor gesto indicando que a lo
mejor la estrategia no había sido la correcta. El error era de los votantes que
no habían entendido su mensaje, del voto útil, de la señora de la limpieza… En
ningún caso suyo o de su partido.
Como era noche
electoral me dediqué a hacer zapping
y creo que en Antena 3 encontré otro ejemplo de lo que voy a exponer a
continuación: el senador de Podemos, Ramón Espinar, seguía en su línea habitual
de intransigencia -reconozco no tenerle ningún aprecio y que su twitt sobre
el Atleti ha sido uno de los muchos motivos para no votarles; el hecho de
que yo sea un pitufo gruñón es otro-. Con gesto
torvo, un tono más alto del que se emplea en los diálogos y un discurso
absolutamente dogmático me recordó a los curas, me pareció un pequeño
Torquemada.
Podemos
cada día me recuerda más a la iglesia católica; es la nueva iglesia de Pablo.
Las afirmaciones de su máximo dirigente son axiomas de fe, verdades absolutas
como las del Papa; el culto a la personalidad está también muy presente; los paganos están equivocados y deben
convertirse a la nueva fe, lo quieran o no. Si no lo hacemos los castigos del
infierno capitalista-europeo caerán sobre nosotros ya que la única redención
está en la iglesia de Pablo, en cuyo cielo todos tendremos una renta básica,
una vivienda y un empleo dignos asegurados, y
no pagaremos la luz -supongo que ya tendrán pensado cómo hacer lo de los
panes y los peces porque las cuentas siguen sin cuadrar salvo con un milagro-.
Una de las
principales críticas que he escuchado del máximo dirigente de Unidos Podemos,
a la que me adhiero, es que no habla, no pronuncia discursos, da
sermones. Es como esos curas, que no me quedó más remedio que soportar
en mi niñez, que desde su púlpito lanzaban mensajes apocalípticos, que nos
trataron de inculcar que fuera de su fe sólo existía el dolor, el caos y el
infierno. Menos mal que soy ateo.
© José L. Calvo, 2016
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