jueves, 1 de octubre de 2015

Mis buenos vecinos catalanes

Pasada ya la resaca de la elecciones catalanas cabe reflexionar un poco sobre lo que ha sucedido no solo el 27-S, sino en la legislatura de D. Trancredo M. Rajoy y el bombero con la lata de gasolina A. Mas. 
Para empezar dos puntualizaciones: el primero me afecta personalmente, y es que yo no entiendo el nacionalismo. Por ideología soy internacionalista y mi himno es el de la Tercera Internacional; he nacido en Madrid –en Chamberí-, me siento culturalmente de León y me encanta Euskadi; no me he sentido extranjero en ningún país –si exceptuamos los árabes- y no tendría problemas en trasladarme a París, Londres, Sidney o Nueva York. La segunda hace referencia a lo que afirma D. Kahneman: el 70% de nuestras decisiones son irracionales, no basadas en la racionalidad sino en cómo nos sentimos y, sobre todo, cómo nos hacen sentir.
Y sin embargo, debo decir que como español me he sentido insultado y robado. Ya he manifestado que creo que los catalanes –y ya no es solo cosa del “muy honorable”- han vendido su deseo de independencia fatal a los españoles. Empezaron insultando a todos y cada uno con su España me roba –generalizar nunca es bueno; yo nunca he robado nada a nadie- siguieron robándonos, ello sí, nuestros santos –Santa Teresa, San Ignacio de Loyola- o nuestros héroes –Colón, Trujillo, Cortés- y acabaron silbando a nuestra bandera y nuestro himno. Es cierto que los delirios de la ANC pueden y deben tomarse a broma, pero llueve sobre mojado, y al final ante tanta estulticia y mala educación los españoles nos hemos cabreado. Cuestión de sentimientos y de cómo nos han hecho sentirnos que se traducen en aspectos económicos como los depósitos en el banco Sabadell, la caída en Bolsa de las empresas catalanas del IBEX35 y la disminución de sus ventas en el estado español –que seguramente no ha hecho más que empezar-.

Recomponer la situación es, a mi juicio, imposible. Es una situación sin retorno y lo mejor que se puede hacer es propiciar, de forma amistosa y pacífica, la independencia de Catalunya. Por un lado porque prácticamente la mitad de los catalanes han manifestado su voluntad de no querer seguir en España. Y no tiene sentido imponer tu presencia a alguien que no quiere estar contigo. Por otro lado, porque la solución ya no se encuentra en un modelo federal o confederal. Los catalanes que abogan por la independencia, lógicamente, siempre pedirán más y más… y el resto de los españoles nos sentiremos tratados como ciudadanos de segunda, viendo cómo los políticos admiten sus demandas con tal de que no se segreguen –Sr Sánchez, ¿por qué el Senado, que no sirve para nada, tiene que irse a Barcelona y no a Sevilla, A Coruña, Logroño o Valencia?-.
Es como cuando se rompe una pareja: ya puedes intentar recomponer los pedazos, aportar ambos su mejor voluntad, que siempre quedará la desconfianza, la vigilancia para que el otro no te la vuelva a liar. Por ese motivo creo que lo mejor es hacer como la vieja Checoslovaquia: repartir los bienes –y las deudas. Por cierto Sr. Mas, las pensiones españolas son contributivas, yo no pago para mi futura pensión sino para pagar las actuales. Así que los pensionistas catalanes deberían ser pagados no por el estado español sino por el estado catalán y las cotizaciones de los trabajadores catalanes-, apoyar que Catalunya no salga de la Unión Europea y comportarnos como vecinos civilizados. Así, y solo así, podrá recobrarse la confianza y las buenas relaciones entre los ciudadanos y las empresas de los dos países.
© José L. Calvo, 2015

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