Pasada ya la resaca de la elecciones catalanas
cabe reflexionar un poco sobre lo que ha sucedido no solo el 27-S, sino en la
legislatura de D. Trancredo M. Rajoy y el bombero con la lata de gasolina A. Mas.
Para empezar dos puntualizaciones: el primero me
afecta personalmente, y es que yo no entiendo el nacionalismo. Por
ideología soy internacionalista y mi himno es el de la Tercera Internacional;
he nacido en Madrid –en Chamberí-, me siento culturalmente de León y me encanta
Euskadi; no me he sentido extranjero en ningún país –si exceptuamos los árabes-
y no tendría problemas en trasladarme a París, Londres, Sidney o Nueva York. La
segunda hace referencia a lo que afirma D. Kahneman: el 70% de nuestras decisiones son
irracionales, no basadas en la racionalidad sino en cómo nos sentimos
y, sobre todo, cómo nos hacen sentir.
Y sin embargo, debo decir que como español me he sentido
insultado y robado. Ya he manifestado que creo que los catalanes –y ya
no es solo cosa del “muy honorable”- han vendido su deseo de independencia
fatal a los españoles. Empezaron insultando a todos y cada
uno con su España me roba –generalizar nunca es bueno; yo nunca he robado
nada a nadie- siguieron robándonos, ello sí, nuestros santos –Santa Teresa,
San Ignacio de Loyola- o nuestros héroes –Colón, Trujillo, Cortés- y acabaron
silbando a nuestra bandera y nuestro himno. Es cierto que los delirios
de la ANC pueden y deben tomarse a broma, pero llueve sobre mojado, y al final ante
tanta estulticia y mala educación los españoles nos hemos cabreado.
Cuestión de sentimientos y de cómo nos han hecho sentirnos que se traducen en
aspectos económicos como los depósitos en el banco Sabadell, la caída en Bolsa
de las empresas catalanas del IBEX35 y la disminución de sus ventas en el
estado español –que seguramente no ha hecho más que empezar-.


© José L.
Calvo, 2015
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